Dos palabras clave: incertidumbre y evasión:
La primera de ellas; - evidenciada en la continua crisis sufrida por la inmensa mayoría de los contribuyentes que no conocen de indicadores macroeconómicos sino de dinero en la bolsa y expectativas firmes de un futuro plausible; - ha provocado la pérdida de confianza en las instituciones y la pérdida de confianza en el liderazgo que durante muchos años, muchísimos diría yo, se ha ejercido por la vía del autoritarismo y la coerción.
Esto conduce a la segunda de las palabras claves: la evasión, mal sistémico, “justificación” de un sistema impositivo complicado donde satisfacer a “Lolita” es tarea casi imposible, plagado de controles que vía el miedo a “Dolores” busca a toda costa evitar la evasión provocando el resentimiento de los causantes.
Miedo, resentimiento, pérdida de confianza en las instituciones, liderazgo excluyente y coercitivo se constituyen así en los ingredientes principalísimos de una receta que explica la actitud de los causantes no cautivos –los cautivos... amolados están- de aplicar año con año, miscelánea tras miscelánea fiscal, todo su ingenio en la búsqueda de opciones para pagar lo mínimo indispensable o nada si es posible.
Los impuestos a nadie gustan – y como dijo Don Teofilito: ni gustarán– menos aún obligados, como hemos estado, a comer de continuo una receta cuyos ingredientes provocaron la indigestión generalizada y los resultados del pasado dos de julio.
Impuestos como la tenencia que permanece no obstante que se declaró como temporal a la luz del justificado esfuerzo de organizar las olimpiadas del 68, el de la mosca pinta ¿recuerdan? que se volvió negra de tanto que fue cuestionado, el dos por ciento al activo de las empresas, ahora el del RENAVE que por más que se le quiera buscar, es impuesto, y tiene escasa o ninguna justificación y que felizmente ha encontrado una firme y creciente oposición.
Nuestro sistema impositivo actual está basado en la desconfianza, de ahí “Dolores”, el terrorismo fiscal y la “necesidad” de sufragar el excesivo gasto de la burocracia y no precisamente en obras de infraestructura y servicios. Sistema impositivo que antes que promover e incentivar el desarrollo personal y de las empresas, castiga y desmotiva el progreso.
Si te mantienes aún a costa de pérdidas ¡ palo ! ahí tienes el dos por ciento al activo, si logras la solvencia para comprar un vehículo también ¡ palo ! con el impuesto sobre automóviles nuevos por mencionar solo unos cuantos.
El sistema tributario debería ser al revés: justificado por la certidumbre y los resultados del gobierno, sustentado en la confianza en los contribuyentes, equitativo y con mecanismos que privilegien y reconozcan al esfuerzo por producir y desarrollarse. La reforma es urgente, pero no solo del sistema tributario.
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