domingo, 27 de septiembre de 2009

Dos temas...

Consejo Consultivo Ciudadano de Coatzacoalcos

A propósito de la próxima celebración en nuestra ciudad del 3er Encuentro de Ciudades Vecinas fui invitado a conducir el proceso de re fundación del Consejo Consultivo Ciudadano de Coatzacoalcos. No dudé en aceptar la invitación a esta iniciativa que juzgué como el mecanismo institucional ideal para permitir compromiso y colaboración activa de la ciudadanía con el desarrollo sustentable de la ciudad.

A través del Consejo, un grupo multidisciplinario de ciudadanos contribuiría, a título gratuito, con su experiencia y competencias al beneficio de la comunidad. El Consejo se constituiría como una institución autónoma idónea para aportar, sin sesgos, con objetividad, opinión y propuestas respecto de la problemática, las iniciativas y acciones de gobierno, tal como ocurre en muchas ciudades exitosas de nuestro país y del mundo.

Con ese propósito en mente, un grupo de ciudadanos, analizamos las experiencias de Consejos Consultivos Ciudadanos de otras geografías para adoptar las mejores prácticas a un concepto propio que se tradujo en la propuesta de acta constitutiva. Sin embargo, en días pasados las circunstancias cambiaron, modificaron la invitación y decidí no participar más en el proceso, pero el trabajo realizado hasta ahora, ahí queda.

Solo resta esperar que quienes lleven a término esta iniciativa, sepan preservar el espíritu y no concluya, como en ocasiones anteriores, en un mero ejercicio de simulación de participación ciudadana subordinada a intereses ajenos. Mi agradecimiento por la invitación y a quienes colaboraron conmigo.

Experiencia y potencial.

Un buen día las luces de mi auto dejaron de funcionar. Al determinar la causa de la falla me dí cuenta que un conector múltiple ubicado dentro de la unidad de los faros se había prácticamente derretido por la intensidad de calor. Sin servicio de fábrica a la mano, me dí a la tarea de localizar la refacción y nada. Bueno pues -me dije- si no hay de fresa que sea de frambuesa y puse manos a la obra haciendo malabares –los que me conocen saben que no soy precisamente hábil con las manos- para improvisar un remedio que afortunadamente funcionó… solo por unos cuantos días. Así que ahí me tienen recorriendo talleres eléctricos desde los modestos hasta los bien plantados, donde todo chalán, maestro, ó joven ingeniero que consulté me dio la misma respuesta: Señor, si no consigue la pieza… no podemos hacer nada.

Me pregunté entonces si el Maestro Matus quien yo suponía retirado continuaría trabajando. Para no hacerles el cuento largo, lo localice, le expliqué el problema y mis desventuras. En respuesta, él desmontó una las unidades, la observó por un buen rato y me dijo… -No se preocupe ingeniero, yo me encargo… Y así fue, cuando al cabo de las horas regresé, las luces funcionaron perfectamente y a la fecha, un par de años más tarde todo sigue en perfecto orden. ¿Qué hizo el Maestro Matus? Observó pacientemente hasta comprender el contexto, la causa de la falla y “simplemente” aplicó la experiencia adquirida en muchos años de trabajo. Con sencillez me explicó que el problema lo causaba un error de diseño del conector que fue “muy fácil” corregir.

Lo anterior es solo un ejemplo de que si bien, en el proceso de desarrollo de cualquier persona, los conocimientos y la preparación académica son una buena plataforma; no son todo lo que cuenta. De hecho son solo herramientas que potencian su utilidad cuando se suman a la experiencia que se adquiere cotidiana y paulatinamente al enfrentar distintos problemas y circunstancias. ¿En qué se distingue el Maestro Matus del ingeniero recién egresado de la universidad? En la experiencia. El joven ingeniero tiene potencial que es solo eso: “potencial” que aún hay que procesar para transformarlo en competencia y liderazgo.

¿Cuáles son las consecuencias cuando las organizaciones dan prelación a la juventud y al potencial sobre la experiencia y esta última no se transmite adecuadamente para transformar potencial en resultados?

La respuesta es la pérdida de competitividad derivada de mayores costos en la gestión, fuga del conocimiento y detrimento del clima laboral.

Con mis mejores deseos,

Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
www.ramari.blogspot.com

domingo, 20 de septiembre de 2009

Tormenta...

Identidad, raíces, tierra, nación, bien común, patria

Acompañado de una brisa fresca partí antes de la salida del sol hacia las escolleras para meditar y disfrutar de un momento de paz y comunión con la naturaleza. Ansioso por lo que esperaba, disfrutando a priori, irrumpí impertinente con el ánimo exaltado, en el escenario aquel donde no hay límites para la imaginación. Escenario que como siempre, se me entregó gratuito y hermoso para ver al infinito pues desde ahí, no hay otra forma.

Ya instalado sobre la roca de cara al cerro de San Martín, momentos después me embargó la emoción al comprender que hasta donde la vista llega es parte minúscula de la inmensidad que llamamos Patria. Nación, tierra nuestra y de los sueños que nos dieron la identidad mexicana.

Fue entonces cuando sobrevino el desencanto. La brisa olvidó el refrescante abrazo para tornarse en fuerte y fría al tiempo que los negros nubarrones cargados de agua dejaron mi ánimo agobiado por la penumbra que se desvanecía brevemente por los relámpagos que muestran el enojo por lo que pudiendo hacer no hemos hecho.

Patriotismo, ¿Qué palabra tan extraña es esa?, ¿Acaso alguien recuerda su significado? Y el silencio fue la respuesta. Vana, vacía, hueca, sin sentido se escucha en los labios irreverentes de la soberbia cuando arenga al pueblo apelando a lo que no siente. Porque el patriotismo es ejemplo cotidiano de integridad, es orgullo de lo nuestro, de nuestros logros en pos del bien común, es sumar no dividir. No la buena fe de los corruptos, ni la honestidad intelectual dogmatizada.

¿Quiere el gobierno trascender? Pensaría que le es poco menos que imposible sin embargo aún podría hacerlo. Le haría falta reconocer con toda humildad que se equivocó hace 3 años cuando eligió entrar por la puerta trasera al registro de la historia nacional. Porqué el ejercicio pleno del poder solo puede darse con el peso y la percepción su plena legitimidad. Jamás en un acta constancia de una mayoría exigua, casi inexistente, falsa... tal vez.

Porqué el ejercicio del poder no puede apalancarse solo en la milicia para enfocarse en una lucha que no era nuestra y ahora lo es. Con miles de víctimas inocentes o culpables, muertos al fin.

¿Qué les ha tocado enfrentar más retos que a ningún otro gobierno? Es verdad pero eso nunca será excusa, pues aún en las peores circunstancias, el patriotismo al que apelan solo cobra fuerza y propósito cuando el pueblo percibe la voluntad y la humildad en el ejercicio del poder. Cuando el líder conduce a su pueblo hacia el logro de una visión compartida del bien común, nunca cuando se piensa en patrias diferentes.

Y si, tiene razón mi hijo Guillermo al decir que cuando las cosas van mal… los locos salen a la calle. Serán por eso los nubarrones y relámpagos que por cotidianos, cada vez se notarán menos… hasta que la tormenta se desate.

Con mis mejores deseos,

Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
www.ramari.blogspot.com

domingo, 13 de septiembre de 2009

Amanecer en la playa...

Los suaves matices del crepúsculo fueron preludio de un esplendido amanecer. La brisa suave, fresca… el piar de las aves marinas, las nubes pintadas de oro y los peces que de cuando en cuando saltaban juguetones sobre el mar calmo buscando disfrutar por un instante el maravilloso concierto de las mil y un pequeñas piezas de sonido, de color y de vida que la naturaleza interpretaba para el gozo, pensé, exclusivo de mi alma…

Mi butaca en ese teatro… ¡privilegiada! Nada que estorbara la vista del escenario que al iluminarse develó paulatinamente, como telón de fondo, a un cerro de San Martín vestido de gala en los tonos verdes de su generosa vegetación. En ese momento concluyó la función con el silencioso pero caluroso aplauso de mi regocijo. Prometí regresar pronto a otra puesta en escena de aquella obra mágica que en la cartelera se anuncia nunca igual pero eso sí... ¡siempre maravillosa!

Concluido el aplauso, minutos más tarde al abordar el auto, de súbito, una alarma impertinente interrumpió los rescoldos del embelezo para ubicarme en algo un poquitín más terrenal… “Autonomía limitada” dice un elegante mensaje señalando que necesito repostar gasolina.

Sin muchas ganas – Ustedes entenderán… ¡la gasolina está cada vez mas cara!- me dirijo a la estación de combustible ubicada sobre el malecón que corre paralelo a la playa. La prefiero, pues ahí repostan los taxistas lo que me lleva a concluir que tal vez ahí despachen litros de a litro… ¿Tanque lleno? ¿Premium ó Nova? Al llegar pregunta amablemente el despachador al tiempo que coloca el surtidor en el auto para iniciar la carga de gasolina, “lenta”, me dijo, para que no se desperdicie…

Y al voltear hacia mí, ve el mar a mi espalda a la par que dice con el rostro iluminado, los ojos brillantes y una tímida sonrisa… “en días como hoy, cuando el amanecer es tan bello, se pueden ver los delfines…” señalando al infinito con un dedo que imita el salto de los peces…

Tonto de mí, cuando en alguna ocasión pensé que solo había una butaca.

En lo cotidiano, abrumados por las circunstancias, muchos se preguntan si vale la pena el esfuerzo de hacer lo correcto. Piensan que están solos en ese inmenso auditorio que es nuestro México.

La verdad es que hay muchas butacas para los que quieren ver. Butacas que ocupan gente buena, sensible, vestidos de overol o de traje, que hace lo correcto, que carga la gasolina “lento” para que no se desperdicie. Gente que por la que aún México funciona.

Con mis mejores deseos,

Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
www.ramari.blogspot.com

domingo, 6 de septiembre de 2009

Miedo a vivir...

¡Ultima llamada para los pasajeros del vuelo mexicana 7647 con destino a la ciudad de Minatitlán, favor de abordar por la sala número seis! ¡Chín! Pero si nunca apareció en la pantalla de salida el número de sala… ¡Pos estos!…

Y a correr se ha dicho rumbo a la sala 6… ¿No podrían haber asignado una sala más cercana? ¡Uopss! el túnel de acceso al avión ya está vacío, síntoma inequívoco de que soy él último en llegar así que ahora a pasar el trago amargo de recorrer el pasillo central con los ojos de los que siempre sobran: pasajeros puntuales, bien portados, que esperan sentaditos; mirándome con cara de circunstancias como diciendo “a ver a que horas”… Finalmente llego a la fila de mi asiento que está junto a la ventanilla y me escucho decir “buenas tardes”, “¿me permite pasar?” “con su permiso.”

Para mi sorpresa la señora que ocupa el asiento junto al pasillo, no contesta al saludo y si se movió, se notó apenitas. Me digo, está bien, yo soy impuntual, pero la señora es mal educada. ¡Mira que no hacer espacio… bueno finalmente se movió un poquito y pude ocupar mi asiento. El resto es de rutina, colocarse el cinturón de seguridad, apagar el celular, sacar el libro, acomodar el portafolio, escuchar la consabida retahíla de anuncios, abrir la cortinilla –obligatorio por las regulaciones al momento del despegue y el aterrizaje- ¿Dije abrir la cortinilla? ¡No lo hubiera hecho! Mi mal educada vecina de inmediato respingó con una vocecita que apenas escuché… ¿podrría cerrarrla por favorrr…?

Volteo y la observo extraña… Sumida en el asiento, la barba contra el pecho, la vista en sus rodillas, con las manos, no sobre los descansa brazos… ¡aferrada a ellos! ¿Dónde habré visto a alguien así? Yo mismo hace ya muchos años en ocasión de mi ascenso con cuerdas por una pared de roca. A mitad del ascenso quedé paralizado por un ataque de pánico... el miedo llevado al extremo. Afortunadamente pude superarlo y evitar una caída que habría sido de fatales consecuencias y en lo que toca a mi vecina, ella superó el trance del vuelo, eso sí con la ventanilla cerrada, cerrando los ojos, consultado el reloj cada 5 minutos, respirando apenas a la menor sacudida del avión… hasta que recuperó la sonrisa y el color del rostro cuando finalmente el avión se detuvo en la plataforma.

Para unos –yo incluido- los viajes en avión son una delicia, las espléndidas vistas, nunca iguales, aligeran el espíritu y permiten a la imaginación volar al infinito. Sin embargo para otros como mi circunstancial compañera de viaje la experiencia nunca es gratificante, es simplemente un suplicio provocado por el miedo, una “enfermedad” incurable causa de angustia cuando percibimos riesgo de sufrir un daño real o imaginario; una “enfermedad” que perturba el ánimo cuando detecta que nos puede suceder algo contrario a lo que deseamos.

El miedo es un mecanismo parte de la naturaleza humana, siempre listo para enviarnos señales de advertencia de muy distintas formas, que cuando se cuando se exacerba es causa de parálisis y la muerte; ó que cuando de decidir se trata, normalmente conduce a malas, pero muy malas decisiones. Es bueno tener miedo, pero ni tanto que nos paralice, ni menos del necesario para actuar con prudencia y prevención.

Lamentablemente hoy vivimos en una sociedad dominada por los miedos en todos los órdenes. Miedo a no alcanzar el éxito, miedo a perder la pareja, miedo a no conservar el empleo, miedo a llevarle a no observar las sugerencias del jefe aun y cuando te haga énfasis en que tu puedes decidir, miedo por los fantasmas del pasado, miedo por el futuro de los hijos, miedo por la gordura, miedo a enfermar, miedo a que el auto falle, miedo a salir de nuestra zona de confort, miedo a todo… miedo a vivir… miedo a perder los apegos artificialmente creados por los proveedores avariciosos que sin escrúpulo alguno explotan a una sociedad consumista y mediatizada; proveedores egoístas a su vez dominados por el miedo a perder los privilegios del status quo creado por ellos mismos.

El poderoso miedo a la subordinación; el subordinado, miedo a las consecuencias de la insubordinación, el insubordinado miedo al poder. Conformando todo un círculo perverso que solo podría romperse cuando alguno de ellos decida hacer lo correcto en apego a los valores que deberían prevalecer en busca del bien común. Cuando se de el caso de que alguno de ellos no tenga miedo a perder los apegos que siente suyos, a los que tanto se ha acostumbrado.

Ojala que la decisión del Presidente no tenga en sus cimientos al temor y que realmente esté dispuesto a enfrentar las consecuencias de una guerra en contra otra categoría de delincuencia organizada: la que no mata con R-15, ni cuernos de chivo a personas, si no con avaricia a una sociedad que pareciera que tiene miedo a vivir.

Con mis mejores deseos,

Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
www.ramari.blogspot.com