domingo, 6 de septiembre de 2009

Miedo a vivir...

¡Ultima llamada para los pasajeros del vuelo mexicana 7647 con destino a la ciudad de Minatitlán, favor de abordar por la sala número seis! ¡Chín! Pero si nunca apareció en la pantalla de salida el número de sala… ¡Pos estos!…

Y a correr se ha dicho rumbo a la sala 6… ¿No podrían haber asignado una sala más cercana? ¡Uopss! el túnel de acceso al avión ya está vacío, síntoma inequívoco de que soy él último en llegar así que ahora a pasar el trago amargo de recorrer el pasillo central con los ojos de los que siempre sobran: pasajeros puntuales, bien portados, que esperan sentaditos; mirándome con cara de circunstancias como diciendo “a ver a que horas”… Finalmente llego a la fila de mi asiento que está junto a la ventanilla y me escucho decir “buenas tardes”, “¿me permite pasar?” “con su permiso.”

Para mi sorpresa la señora que ocupa el asiento junto al pasillo, no contesta al saludo y si se movió, se notó apenitas. Me digo, está bien, yo soy impuntual, pero la señora es mal educada. ¡Mira que no hacer espacio… bueno finalmente se movió un poquito y pude ocupar mi asiento. El resto es de rutina, colocarse el cinturón de seguridad, apagar el celular, sacar el libro, acomodar el portafolio, escuchar la consabida retahíla de anuncios, abrir la cortinilla –obligatorio por las regulaciones al momento del despegue y el aterrizaje- ¿Dije abrir la cortinilla? ¡No lo hubiera hecho! Mi mal educada vecina de inmediato respingó con una vocecita que apenas escuché… ¿podrría cerrarrla por favorrr…?

Volteo y la observo extraña… Sumida en el asiento, la barba contra el pecho, la vista en sus rodillas, con las manos, no sobre los descansa brazos… ¡aferrada a ellos! ¿Dónde habré visto a alguien así? Yo mismo hace ya muchos años en ocasión de mi ascenso con cuerdas por una pared de roca. A mitad del ascenso quedé paralizado por un ataque de pánico... el miedo llevado al extremo. Afortunadamente pude superarlo y evitar una caída que habría sido de fatales consecuencias y en lo que toca a mi vecina, ella superó el trance del vuelo, eso sí con la ventanilla cerrada, cerrando los ojos, consultado el reloj cada 5 minutos, respirando apenas a la menor sacudida del avión… hasta que recuperó la sonrisa y el color del rostro cuando finalmente el avión se detuvo en la plataforma.

Para unos –yo incluido- los viajes en avión son una delicia, las espléndidas vistas, nunca iguales, aligeran el espíritu y permiten a la imaginación volar al infinito. Sin embargo para otros como mi circunstancial compañera de viaje la experiencia nunca es gratificante, es simplemente un suplicio provocado por el miedo, una “enfermedad” incurable causa de angustia cuando percibimos riesgo de sufrir un daño real o imaginario; una “enfermedad” que perturba el ánimo cuando detecta que nos puede suceder algo contrario a lo que deseamos.

El miedo es un mecanismo parte de la naturaleza humana, siempre listo para enviarnos señales de advertencia de muy distintas formas, que cuando se cuando se exacerba es causa de parálisis y la muerte; ó que cuando de decidir se trata, normalmente conduce a malas, pero muy malas decisiones. Es bueno tener miedo, pero ni tanto que nos paralice, ni menos del necesario para actuar con prudencia y prevención.

Lamentablemente hoy vivimos en una sociedad dominada por los miedos en todos los órdenes. Miedo a no alcanzar el éxito, miedo a perder la pareja, miedo a no conservar el empleo, miedo a llevarle a no observar las sugerencias del jefe aun y cuando te haga énfasis en que tu puedes decidir, miedo por los fantasmas del pasado, miedo por el futuro de los hijos, miedo por la gordura, miedo a enfermar, miedo a que el auto falle, miedo a salir de nuestra zona de confort, miedo a todo… miedo a vivir… miedo a perder los apegos artificialmente creados por los proveedores avariciosos que sin escrúpulo alguno explotan a una sociedad consumista y mediatizada; proveedores egoístas a su vez dominados por el miedo a perder los privilegios del status quo creado por ellos mismos.

El poderoso miedo a la subordinación; el subordinado, miedo a las consecuencias de la insubordinación, el insubordinado miedo al poder. Conformando todo un círculo perverso que solo podría romperse cuando alguno de ellos decida hacer lo correcto en apego a los valores que deberían prevalecer en busca del bien común. Cuando se de el caso de que alguno de ellos no tenga miedo a perder los apegos que siente suyos, a los que tanto se ha acostumbrado.

Ojala que la decisión del Presidente no tenga en sus cimientos al temor y que realmente esté dispuesto a enfrentar las consecuencias de una guerra en contra otra categoría de delincuencia organizada: la que no mata con R-15, ni cuernos de chivo a personas, si no con avaricia a una sociedad que pareciera que tiene miedo a vivir.

Con mis mejores deseos,

Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
www.ramari.blogspot.com

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