A propósito del advenimiento del año
2000 (Y2K), conforme transcurrían los últimos años del siglo pasado, muchos anticiparon
una catástrofe tecnológica que habría implicado el retroceso de nuestra
civilización casi a la época de las cavernas. En estos días al igual que
entonces prevalece la incertidumbre por el futuro del país.
Nada ocurrió en el Y2K, sin embargo no
se ha recuperado la tranquilidad por lo que en años recientes con base en
diversas interpretaciones del calendario maya y otras profecías, hay quienes han
llegado al extremo de predecir el fin del mundo justo el próximo 21 de
diciembre de este año.
En los millones de creyentes de esas
teorías la desesperanza y el fatalismo parece haber permeado por el deseo
colectivo, no confesado, de acabar de una buena vez por todas con una
existencia a la que no encuentran mucho sentido.
Cambio climático, explosiones solares,
hambrunas, deterioro de la calidad de vida a niveles nunca antes vistos en
diversas geografías, economías al punto del colapso, guerras, terrorismo,
narcotráfico, inequidad, genocidio, desastres naturales de alto impacto en la
población, manifestaciones de descontento multitudinarias e inéditas y liderazgos
corruptos son hoy la noticia cotidiana.
En consecuencia se suceden, una tras
otra, reuniones de los líderes buscando prescribir la receta idónea para los
males del mundo, pero terminan utilizando la misma que solo extiende la agonía
del paciente.
Y en ese mar navega el México del vaso
medio vacío, débil, corroído por dentro, el del velamen deteriorado y tripulado
por una marinería dividida, incapaz así de enfrentar la tormenta anunciada por los
vientos y los nubarrones, que no son especulaciones esotéricas, que existen,
que están ahí a la vista de quienes los quieran ver.
Pero al mismo tiempo también es el México
del vaso medio lleno; de gente capaz, de gente honrada, de recursos valiosos,
de historia y de raíces de las que podemos sentirnos orgullosos; de un vaso que
hace falta muy poco para completarlo hacia un futuro promisorio y por todo esto
voy a votar.
Si el próximo 1 de julio nos
abstenemos o anulamos nuestro voto, sería tanto como paralizarnos a la espera
de un milagro que nos libre de las trágicas consecuencias de la tormenta. Por el
contrario si la fuerza de nuestra convicción en el futuro promisorio del país, mediante
nuestro voto se traduce en un liderazgo fuerte sin asomo de duda respecto de su
legitimidad, podremos preparar todos a nuestro país para sortear las
dificultades.
Nos guste o no, solo tenemos cinco
opciones, una es el camino del vaso medio vacío del abstencionismo, del voto
nulo, en blanco o “útil” que nos mantendría como un pueblo resentido, desesperanzado y
sometido a una larga agonía. Las otras cuatro, cualquiera de ellas, podrían significar
la visión del vaso medio lleno que podemos proveer a las generaciones
venideras.
Una minoría decidiendo nuestro destino
definitivamente no es más opción. México es mucho mejor que eso. Depende de
todos nosotros, la mayoría, hacerlo realidad cumpliendo con el compromiso
mínimo que tenemos con el país:
¡Votar!.
Reciban un afectuoso abrazo,
Enrique
Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
twitter.com/enriquechm