-El cobarde que acusa mentiras desde el anonimato, muere, muy despacio, a fuego lento, y la ponzoña de sus cenizas destruye sus apegos hasta dejarle en el infierno de la soledad y el resentimiento...
-¿Y los cobardes que no se esconden en el anonimato? ¿Los que se esconden en sus mentiras? ¿Cómo pueden vivir tranquilos?
-De ninguna manera se salvan, también comparten el asador...
Eso expresé y eso obtuve en respuesta en un breve intercambio de mensajes a través de Internet solo para preguntarme después, ¿es cierto que los “malos” más tarde o más temprano terminan en el asador? Y la verdad es que no. Muchos pillos han muerto felices y contentos después de disfrutar el producto de sus latrocinios.
Y esto es así porque la “maldad” tiene un propósito para la sociedad como todo lo que es producto de ella misma. La maldad para el malvado sirve al propósito de disfrutar por la vía del menor esfuerzo; para el resto de la gente el comportamiento malvado es la referencia de lo que no debe ser; y para todos, la maldad y la bondad sirven al propósito de establecer los estándares mínimos de convivencia.
Solo que “maldad” y “bondad” son conceptos relativos cuya definición, en general, depende de los paradigmas de la cultura donde se dan los hechos y hago énfasis en “en general”, porque todas las culturas coinciden en lo fundamental: no matarás, no robarás, entre otros –no muchos por cierto- son principios universales. El resto de las conductas tipificadas como delitos se han constituido a propósito de los imperativos de supervivencia y/o del interés de la hegemonía en turno. En consecuencia quien delinque en una cultura, en otra o en esa misma, pero en distinto tiempo, su comportamiento puede ser intrascendente o ser incluso motivo de reconocimiento.
Nadie en la época de la tía Lencha hubiera pensado en juzgarla por cultivar una matita de mariguana para los “chiqueadores” que colocaba en sus sienes como remedio naturista para alguno de sus padecimientos… Ni hoy encarcelar a las miles de personas que participan como productores o consumidores en la industria vinatera como ocurría en la época de la prohibición del alcohol en los Estados Unidos de los años 20.
Así que habría que repensar muy bien cuáles de las batallas que estamos enfrentando obedecen a resolver a los reales los imperativos de la sociedad, cuáles a los intereses en turno -nacionales ó extranjeros- y finalmente si las estrategias son las apropiadas dado que los costos de la lucha contra la delincuencia son absolutamente intolerables en ausencia de un sistema que evite los abusos, asegure la preservación de los derechos humanos y las garantías individuales para todos por igual.
No es posible aceptar que indígenas inocentes sufran 11 años de prisión, ni los abusos de Atenco, ni la figura del arraigo -cárcel para todos los efectos prácticos- por causa de delincuentes testigos “protegidos” capaces de decir cualquier cosa con tal de salvar el propio pellejo, ni la persecución de oficio de funcionarios a causa de denuncias anónimas a todas luces sin fundamento, ni la intrusión de la privacidad de los ciudadanos, entre muchos cientos, miles tal vez, de ejemplos cotidianos en la realidad nacional.
El egoísmo y la avaricia son parte inseparable de la naturaleza humana como también lo son el altruismo y la generosidad; así que más que ganar las batallas, a lo que podemos aspirar es a recuperar los debidos equilibrios sin incurrir en los excesos que solo conducen a mayor violencia y represión; sin tomar medidas contra la delincuencia que terminan atentando contra las garantías consagradas en nuestra constitución.
Aunque para ser absolutamente sincero, en verdad les digo que me encanta la idea de que tanto los cobardes que acusan desde el anonimato o se esconden atrás de las mentiras, los que se creen poseedores de la única verdad, los delincuentes de todo tipo –desde funcionarios corruptos hasta narcos pasando por secuestradores y demás, los que “buscando” aplicar la ley abusan del inocente y los que lo permiten, los que establecen como delito aquello que conviene a su interés, compartieran todos, apretaditos, el mismo asador…
Por cierto andan por ahí algunos cochinitos camino al asador… ¡yumm!
Con mis mejores deseos, ¡bon apettit!
Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
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