domingo, 13 de diciembre de 2009

El Primer Director

Era el día cientos de veces repetido en la historia de ese mundo: el día de la elección del Primer Director. La puerta del sobrio recinto se abrió para que, uno a uno los electores vitalicios, hombres y mujeres, uniformados, solemnes, representantes de las 501 regiones en las que habían dividido su mundo; ocuparan en silencio sus lugares. Poco esperaron, acaso un minuto, antes de que el Primer Propuesto –así llamaban a sus candidatos- realizara un discurso de presentación que fue breve, conciso, sin énfasis, sin emoción, sin matices. Un discurso donde no comprometió nada, salvo su dedicación al bienestar de la nación. El Segundo, el Tercero y el Cuarto de los propuestos repitieron justo el mismo discurso. Si usted, como yo, esperaba surgieran las ideas, los argumentos, el debate; nos equivocamos de cabo a rabo, no hubo nada de eso.

Ni por asomo se insinuaron críticas o descalificaciones entre ellos. Mucho menos al Primer Director saliente quien, luego de 20 años, debía entregar el poder en manos del que resultara su sucesor, quién por cierto, se enteró de su candidatura, como los demás propuestos, justo ese mismo día cuando en la sesión matutina los electores votaron en secreto por cuatro de ellos mismos.

Concluido el aburrido expediente de los discursos –que muchos en la intimidad consideraban una pérdida de tiempo- la votación se realizó de forma expedita. Al no haber posibilidad alguna de empate, el humo blanco salió de inmediato… Acto seguido, en el momento de la unción, el Primer Director saliente entregó simbólicamente las llaves del gobierno y tras del breve apretón de manos acostumbrado, al unísono se escuchó en voz de todos: “¡Tenemos director, somos democracia!” para, de inmediato, sin mediar palabras ni saludos, retirarse como llegaron: callados y solemnes.

Ya se verían nuevamente dentro de 20 años… pues en ese mundo no había de que preocuparse. La única responsabilidad del nuevo Primer Director era ejecutar la pena a cualquier sospechoso de cuestionar o disentir del status quo: la supresión del indiciado y de su comunidad. Siendo así, en ese mundo solo se escuchaban los sonidos del silencio donde las ideas nunca llegaban a ser al quedar escondidas tras la puerta de los temores…

El sistema de ese mundo imaginario garantizaba el sufragio efectivo sin embargo, en contra de su afirmación, no era en absoluto democrático pues omitía el ingrediente principal: las ideas. Ideas que solo pueden ser realmente ideas, si se comunican y se contrastan con otras para generar soluciones para el bienestar de la sociedad. Una fuente de energía cualquiera, como una pila, solo es realmente pila cuando cumple su propósito: hacer que un dispositivo funcione. Y esto se logra únicamente cuando a sus polos se conectan a conductores que permiten que la energía fluya a través del dispositivo en cuestión.

Una democracia solo puede ser realmente una democracia, cuando provee de mecanismos de interconexión para que las ideas puedan fluir libremente entre los distintos “polos” que las generan. Esto es lo que hace que los dispositivos de la comunidad, el estado, el país y de nuestro mundo funcionen y se desarrollen. Sin soslayar, naturalmente, que para el buen funcionamiento del sistema es indispensable garantizar el sufragio efectivo y la debida protección contra las sobre cargas o los cortos circuitos.

Uno de los mecanismos privilegiados para esto es el debate libre de las ideas con quienes cuestionan y disienten. El debate que contrasta, que motiva a la argumentación y al sustento. El debate que marca la diferencia entre los candidatos. El debate del cuál, al final del día, surgen las nuevas ideas para el bienestar de la nación.

Quien gobierna sin escuchar, ni debatir, apoyado solo en la fuerza de los votos, no gobierna, dicta.

Con mis mejores deseos,

Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com

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