domingo, 6 de diciembre de 2009

El Diamante Feo

Aún era de noche cuando partieron con rumbo a la finca de aquel anciano sabio. La inquietud reinaba entre el grupo pues era bien sabido que él difícilmente se alejaba de la pequeña pero hermosa choza, construida en lo alto de un fiordo que en esa época del año lucía espectacular.

No tardaron mucho en vislumbrar su figura de cara al crepúsculo, apoyado en su cayado, vestido con una fina túnica de un blanco impecable que el viento agitaba suavemente, esperando el amanecer que se intuía espléndido. Un cuadro perfecto que solo la armonía de la naturaleza podía lograr…

Y en ese marco, le hicieron la invitación para presidir, esa noche, el inicio de las fiestas del pueblo. Tal vez fueron la belleza del momento, o las caras de aprehensión de los solicitantes, los motivos para que el anciano sin mediar más nada, simplemente respondiera: Ahí estaré.

Cuando los visitantes se retiraron, el viejo sabio cambió su túnica por una raída ropa de trabajo para dedicarse, como acostumbraba, al arduo trabajo de mantener su finca que solo interrumpió al anochecer cuando, fiel a su compromiso, encaminó sus pasos al pueblo donde se presentó puntual, pero sudoroso, con la vestimenta que en verdad le hacia lucir como un pordiosero... Y así fue tratado: ¡Vamos! ¡Aléjate! Le gritaron lanzando piedras que con fortuna alcanzó a librar. Entonces, él, sin decir palabra, regresó a su choza donde se aseó, acicaló sus cabellos, vistió su impecable túnica, tomó su cayado y volvió para hacer acto de presencia en la fiesta. El recibimiento fue notoriamente distinto. De inmediato le encaminaron en medio de halagos y lisonjas a la mesa de honor donde estaban ya los deliciosos platillos de la cena. Solo que para sorpresa de los ahí presentes… el anciano sabio tomó el extremo de su túnica y cariñosamente la conminó a comer lo que a ella, la túnica, estaba destinado…

Conocí en alguna ocasión a un compañero inteligente, capaz, a quien todos acudían en la búsqueda de soluciones para resolver los problemas más difíciles. Él a todos ayudaba y todos eran recompensados… menos él.

Nunca alguien supo reconocer sus aportaciones porque mi amigo solo “era competente”, faltaba, que a los ojos de la gente, "pareciera serlo”. Al igual que el anciano no fue reconocido como sabio cuando lucia como pordiosero. Que solo lo fue cuando cambió de vestimenta. Él, al ofrecer las viandas a su túnica, ilustró la ignorancia de la gente que solo reconoce o descarta a la gente por las apariencias.

Como el inexperto minero que descarta a un diamante en bruto, a un “diamante feo”, simplemente por que no brilla y si, en cambio, pondera la pirita. O como quienes agravian y no reconocen lo que, deseando, ellos no pueden llegar a ser, porque prefieren vivir en el “sistema” con el peso de la conciencia antes que sin dinero, ligeros, dormir a pierna suelta.

Con mis mejores deseos,

Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com

1 comentario:

  1. muchisimassss felicidades!!! , este articulo me recuerda a una experiencia donde compre mi primer reloj, hace muchos años....

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