El diamante siempre luce distinto a los ojos de quienes le admiran sin dejar de ser lo que es… diamante. La gema maravillosa que surge de la piedra opaca de la mina por los golpes precisos y el incesante pulir del tallador. Diamante que sigue siendo aun cuando la luz falte o el polvo y la suciedad enmascaren su brillo. Diamante siempre el mismo… pero siempre distinto a los ojos de los demás.
De igual manera es el Ser. Él requiere del tallador de la experiencia para transformarse y revelar las facetas de su grandeza. Ser siempre el mismo. Ser siempre distinto a los ojos de los demás. Ser que en tanto gema, ha de mantenerse limpio para no perder el brillo bajo la pátina de la soberbia y el resentimiento. Ser que ha de mantenerse limpio para poder ver su propia luz. Sin embargo, a diferencia del diamante que solo es lo que el tallador decide; el Ser no tiene límites y será siempre lo que él elija, aunque lo desconozca.
Eso escribí a principios del año 2007 y lo recordé hace poco cuando un amigo mío me comentó que como resultado de su participación en un proyecto donde le hicieron un estudio de sus fortalezas y debilidades gerenciales -basado en los conceptos de John H. Zenger y Joseph Folkman autores del libro “El líder extraordinario”- pudo confirmar que cada uno de los distintos grupos en los que se desenvuelve le perciben de manera distinta y que en consecuencia, cada cuál tiene expectativas distintas respecto de él. Mi amigo es quien es, pero como el diamante, es distinto dependiendo los “ojos” de quien lo mira.
La primera intención –y ese es el enfoque de los modelos tradicionales del desarrollo humano- sería buscar resolver las debilidades y procurar darle gusto a todos. Pero… ¿Es una actitud sensata? Difícilmente puede serlo. Es imposible negar tu naturaleza. Podrás mantener limpia la superficie de tu diamante pero jamás limpiar lo suficiente la superficie de los diamantes que te rodean.
La responsabilidad del líder es mantener limpia la superficie de su cristal para con la menor distorsión posible recibir información y transmitir su mensaje para, apalancado en lo que conoce como sus fortalezas, construir la “realidad” deseada. Nunca pretender darle gusto a todos. Eso es imposible.
Para constituir a México como un verdadero líder en el concierto de las naciones, ha de construir su propio camino y fincar su desarrollo en sus muchas fortalezas que no hemos querido ver como tales. Orgullosos de lo nuestro, orgullosos de lo que realmente somos, orgullosos de nuestra diversidad… con la superficie de nuestro diamante limpia, para dejar ver su luz en los confines del mundo.
Con mis mejores deseos,
Enrique Chávez Maranto
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