No están ustedes para saberlo ni yo para contarlo pero han de saber que eventualmente viajo a la ciudad de México por cuestiones de trabajo y que la historia de hoy corresponde al último de esos mis viajes de “voy” rumbo a la capital en el primer vuelo y “vengo” a casa en el último del día. “Voy, vengo pues…” Empezamos…
06:00 AM Despertar y vestir el uniforme chilango por excelencia ¡el traje! 7:00 AM Salir a esperar en la banqueta a donde me dan las 7:05, las 7:10, las 7:15 y el “aventón” ¡nunca llega! Activar el plan b, sacar de volada el coche, correr al cajero, “volar” al aeropuerto; solo me quito el cinturón –el guardia estaba de buen modo- para superar el control de seguridad del aeropuerto, abordar, escuchar por enésima ocasión las instrucciones de seguridad al tiempo que una aeromoza -que vio pasar ya sus años mozos- hace la calistenia habitual para señalar las salidas de emergencia, las mascarillas de oxígeno, a la que escucho “con toda atención” para no parecer mal educado. Superar la tensión del despegue para relajarme después en medio de turbulencias entre “ligeras y moderadas” que hacen brincar, igualmente entre ligera y moderadamente a la nota del periódico que me esfuerzo por leer…
El aterrizaje de regular a bueno, –el avión no rebotó más de una vez- corro a la fila del taxi para salir rumbo a la cita, llego con tiempo para un "tente en pie" en el Sanborn’s de la esquina, el café ¡a todo dar! y el pan de muerto ¡buenísimo! servido por una mesera de la segunda ¿tercera? edad de lo más amable y... hum... listo, ¡barriga llena y corazón contento! Ahora si... ¡a la faena! ¡Venga la reunión con los auditores que nos harán lo que el viento a Juárez!
12:30 en punto, ya en el ruedo con el público impaciente se abre la puerta de toriles por donde salen al ruedo no uno, ni dos, ni tres ¡cinco toros-auditores de lidia! listos a coger entre sus astas a los temblorosos integrantes-funcionarios públicos de la cuadrilla... Pronto la afición muestra su entusiasmo con el primer ¡Ole! de la tarde por el magistral pase del matador ante la primera embestida. ¡Uff! exclaman cuando por poco se llevan entre las patas al de las banderillas... finalmente todo termina en un empate... nada para nadie, ni sangre, ni dolor en la arena... ¡será para la próxima! Y así regresan con enfado los toros-auditores a los corrales... y la cuadrilla a comer y brindar por el "éxito" obtenido, a realizar el recuento de los daños y ordenar el remiendo del terno de luces para la próxima y definitoria faena donde seguramente la sangre llegará a la arena... y los pañuelos pintaran de blanco el graderío exigiendo el indulto del toro ó las orejas y el rabo para el matador…
15:30 PM ¡Al aeropuerto por favor que ya nos vamos! Qué si... ¿tuvo feliz estancia? ¿El tráfico está del demonio? ¿Llegaremos a tiempo? la charla mata los minutos del tedioso recorrido hasta llegar justo a tiempo para abordar el avión… pero, ¡nunca falta un pero! La voz cada vez más fea -que me recuerda la de las estaciones de autobuses- nos trae el anuncio mas odiado -Su atención por favor pasajeros del vuelo 9323 con destino al aeropuerto de Minatitlán se les informa que por las condiciones meteorológicas su vuelo está retrasado…- anuncio tras el cual un diligente empleado de la aerolínea nos invita a esperar en el salón “ejecutivo” donde dice encontraremos refrescos, bebidas, pastelillos y demás chunches cortesía de la casa para hacer menos cansada la espera…
¡Y ahí vamos! Como cuando se espera que la tienda agote la oferta –en este caso las bebidas-, nos dirigimos en tropel al ponderado salón solo para que justo al momento de dar el primer trago, antes siquiera de tocar la botana, el mismo empleado con la misma sonrisa amable –pintada seguramente- nos apresura a regresar a la sala de última espera para bordar el avión ¿Por qué le dirán así? ¡Dan ñanaras!
Y el enojo surge de pronto, a repelar todos por el desperdicio, se exige tiempo para dar cuenta de la bebida recién servida, solo que no hay pero que valga para el mensajero y de nuevo ahí vamos solo que ahora a pasito “tun tun” refunfuñando por la oportunidad perdida de cortar una flor del jardín de la aerolínea…De nuevo a sacar el boleto y la identificación, presentarlo a otro empleado –este con cara de ya estoy por acabar mi turno- recorrer los largos pasillos, embarcarse en el autobús, contar historias trágicas de aviones para fastidiar a los que transpiran el miedito que les da subirse a estos prodigios de la aviación –sobre todo cuando se espera que se mueva como batidora- saludar a la aeromoza, acomodarse en el asiento y ¡Oh, sorpresa! no pasa nada… los motores apagados… ¡Malandrines, ya entiendo! Nos vieron con muchas ganas de acabar con su despensa y prefirieron encerrarnos en la cabina del avión… Finalmente después de 15 o 20 minutos de larga espera con la advertencia de que si el tiempo no mejora regresaremos a la capital, escucho y siento la vibración de los motores que invitan a prepararse, de súbito el “arrancón” del despegue que en estos aviones si se siente y la vista que nunca deja de maravillar, de la gran ciudad a tus pies… Solo que hoy el paisaje es diferente, con la vista al infinito embelesado me captura la maravillosa sinfonía de colores de una puesta de sol que se difunde entre las nubes blancas que de tan blancas deslumbran y las negras, que de tan negras espantan enmarcando por momentos a un Don Goyo inquieto, humeante, tal vez enojado por nuestros desatinos, tal vez divertido, o simplemente indiferente pues conoce lo que ha sido y sabe que estará en lo que será. Y a su eterna compañera Iztaccihuatl la que no ve pues está dormida pero que acompaña el momento mágico que deseo interminable.
¿La crisis? ¡Cuál crisis! ¿La inseguridad? ¡Cuál inseguridad! ¿La corrupción? ¡Cuál corrupción ¡Humildad! es lo que respiro y debieran respirar todos los ciegos que no ven porque no quieren, escondidos tras la muralla que construyeron ellos mismos y ya olvidaron como cruzar… Y así del embeleso a la penumbra y de ahí al sueño y después al despertar en sobresaltos cuando una voz que no era de ángel anunció… “Sres. pasajeros estamos por iniciar nuestro descenso, favor de abrochar su cinturón, colocar el respaldo de sus asientos en posición vertical y abrir las cortinillas…” para dar paso a que los monstruos antes desvanecidos cobraran vida de nueva cuenta al conjuro del último anuncio del día “Señores pasajeros favor de permanecer en sus asientos por su propia seguridad hasta que el avión se haya detenido por completo en plataforma”
Con mis mejores deseos,
Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
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