¡Todo era excitación! La ciudad se preparaba para dar la bienvenida al candidato que arribaría en unas cuantas horas a una colonia muy cercana a la escuela donde en esa época cursaba yo el sexto año de primaria. Los planes para irse de “pinta” estaban a punto, ese día no seríamos clientes de la tienda escolar pues tan pronto tocara el timbre del recreo encaminaríamos nuestros pasos al campo de juegos donde, bien oculta tras unos arbustos, estaba la rendija secreta que, de cuando en cuando, nos permitía correr las aventuras que no pueden faltar en la experiencia de todo jovencito que se respete…
Y así se dieron las cosas, salimos al recreo, la guardia pretoriana de la escuela se descuidó –como siempre- y ni tardos ni perezosos minutos más tarde nos encontramos entre cientos tal vez miles de acarreados, curiosos y otros escolapios “de pinta” que esperaban el arribo de la comitiva que no se hizo esperar.
Muy pronto, entre porras, confeti y uno que otro recordatorio familiar (no al candidato naturalmente, si no al abusivo que siempre quiere ubicarse en la primera fila a costa de empujones y codazos) el autobús se acercó lentamente hasta detenerse precisamente donde estaba yo tratando de no perder el equilibrio, la cámara, los lentes o los dientes pues como comprenderán en esos años mi talla no correspondía de ninguna manera a la de los militantes y chismosos que arremolinados buscaban llamar la atención del candidato quien, exultante, con la sonrisa a pleno les saludaba desde la ventanilla justo a unos cuantos centímetros arriba de mi cabeza.
Y el momento esperado llegó, la mirada del futuro tlatoani y su sonrisa posaron para mí los instantes necesarios para lograr la foto que entre movida y fuera de foco fue mi tesoro por un buen tiempo en ese año de 1964.
Cuatro años más tarde ahora era el país quien estaba alborotado pero con otro motivo, el estribillo “De colores, de colores se visten los campos y las azucenas…” con música de estudiantina anunciaba la llegada de la televisión a color con motivo de las próximas olimpiadas que ocurrirían en México ¡Mí país! Nadie hablaba de otra cosa hasta que casi sin sentirlo, todo cambio… las noticias llegaban a cuenta gotas, se hablaba del movimiento de huelga de los estudiantes, de la toma de la universidad sin saber nadie a ciencia cierta nada… como casi nadie supo de la manifestación que fue disuelta rápidamente en nuestra ciudad para perderse en las sombras, en el rumor, en la nada… al igual como días más tarde se disolvieron las noticias del 2 de octubre tras los escenarios y la parafernalia de los Juegos de la XIX Olimpiada gallardamente resguardados por el Batallón Olimpia…
Vinieron después los años de las grandes decisiones, ¿Ciencias, biológicas o humanidades? ¿Ingeniería ó física?, que me llevaron en el año de 1970 a transitar cotidianamente junto a la estatua de Prometeo, ahí donde Dr. Moshisnky, desde la ventana desde el ¿tercer? piso de la Torre Ciencias, pedía a gritos silencio para que lo dejáramos trabajar; rumbo al centro del movimiento estudiantil en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México donde las encendidas asambleas, la crispación y las diatribas de los líderes que restaban del movimiento del 68, el oscuro cubículo del Comité de Lucha con imágenes del Ché y consignas pintadas en sus paredes y las historias que se contaban provocaban un callado temor en quienes como yo apenas atinábamos a entender lo que había atrás de todo eso.
Después volaron a la caza los “Halcones” un fatídico día jueves de corpus del año de 1971 para cometer su infamia en contra de los estudiantes del Casco de Santo Tomás y desaparecer junto con las almas de los muertos de ese día y otros días… Porque los “Halcones” no existieron, como tampoco los muertos grandes, ni los muertos chicos, ni el sufrimiento, ni el dolor, ni la angustia de tantos, en tantos lugares, que los fantasmas que tampoco existen, esconden y siguen escondiendo bajo el manto de la impunidad.
Y así un buen día el destino me llevó junto a un personaje que solo y taciturno conducía su auto por las calles de la gran ciudad. Dicen que la mirada “pesa” y ese día así fue, volvió su rostro y por un instante pintó aquella sonrisa franca, la que registró la instantánea que tome como recuerdo de un día “de pinta” cuando él, que era el candidato llegó a mi ciudad.
Hacen ya 44 años desde que estuve en aquel mitin donde conocí a Gustavo Díaz Ordaz, 40 años desde la masacre del 2 de Octubre y tal vez 30 años desde aquel encuentro fortuito en el periférico. Fui testigo de oídas de una historia que creció junto conmigo pero que realmente nunca pude dimensionar si no hasta ahora cuando el cinismo que cuestiona “dónde están los cientos de víctimas…” trata de enterrar lo que por su propia fuerza emerge y acusa.
Bastaría una sola víctima para no olvidar el 2 de Octubre, ni el jueves de corpus, ni los Acteales, ni las Aguas Blancas, ni la muerte de tantos inocentes no solo por las balas asesinas si no por la soberbia que condena a la desesperanza y al abandono.
Reconocimientos:
Muchos ciudadanos se unieron el año pasado para preservar nuestra playa y así, lo que hubiera sido una muestra más de la corrupción se convirtió en una plaza para beneficio de la comunidad. Hoy otro grupo de ciudadanos solicitan que en ese espacio ondee la Bandera de la Paz junto a nuestro Lábaro Patrio y en mi opinión no habría otro lugar más adecuado. Bienvenida la iniciativa de nombrar a esa plaza la “Plaza de la Paz” y todo mi reconocimiento a quienes contribuyen a sumar las voluntades para construir un México mejor.
Con mis mejores deseos,
Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
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