Hace ya muchos años, un jovencito de escasos 9 años de edad, recorría feliz el laberinto de las maravillas que, de sorpresa en sorpresa, impulsaba su imaginación al infinito…
¿Dick Tracy? ¿Memín Pingüín? ¿Combate? ¿Superman? ¿Llegaría el nuevo capítulo de Oyuki o Rarotonga? ¿El de Combate? Se preguntaba en camino al puesto de revistas donde disfrutaba tan solo con ver las portadas y hojear de vez en vez, alguna de ellas. De ahí caminaba a contemplar fascinado los monstruos marinos que yacían muertos, según él, por la mano de Santiago, aquel pescador de la novela el Viejo y el Mar…
¿Será que ahora si encuentre la perla negra? Y del pensamiento a hurgar en las almejas y el hielo alrededor, medió solo un instante hasta que el grito del vendedor de mariscos ¡güero, güero, deja ahí! le hizo emprender la carrera a la próxima estación del recorrido donde se acurrucó contra los rollos de tela multicolor de todas las texturas que traen el viento y los aromas de tierras muy lejanas… hum… De pronto un nuevo pensamiento, -¿Habrán llegado los cojinetes para su carromato?- encaminó sus pasos rumbo al puesto del vendedor de fierro viejo y oxidado que expende su mercancía en el suelo. Sin embargo el cojinete pronto pasó al olvido, cuando la atención quedó atrapada por aquel “nuevo-viejo-oxidado” artilugio que ¡sepa Dios que hace! pero que él pronto se encargará de averiguar…
Y la imaginación continúa volando ahora en la vendimia de especias, después en la tienda de sombreros, o en la jarcería, o en la frutería, hasta que el crepúsculo le anuncia la hora del regreso a casa solo que… falta algo… el broche de oro con el que cotidianamente cierra la aventura… ¡un delicioso choco milk bien frío!… Pero ese día las cosas fueron diferentes, ya frente a la fuente de sodas, al contar las monedas se dio cuenta que su capital solo era suficiente para comprar su bebida preferida y el boleto para el camión de regreso a casa. Mañana no habría para más choco milk, ni nada.
Triste por su precaria situación emprendió cabizbajo el camino a casa donde, no bien llegó, rompe a llorar su desventura en el regazo de su Madre… ella, cariñosa, le pregunta sobre el motivo y al explicarle, con una sonrisa le pregunta: A ver, dime, ¿habrías tenido que comer mañana si hubieras gastado tu dinero en el choco milk? Abriendo los ojos de par en par, el jovencito suspendió el llanto, contestó que si, pues en su casa nunca había faltado que comer.
-¿Entonces, hijo, porqué no lo compraste? respondió su Madre.
La lección de ese día se sumó a las muchas otras que recibió nuestro jovencito de su Madre. Él platicaba que ella le decía que solo puede uno darse sus lujitos si las necesidades básicas estaban satisfechas; que había que invertir solo en aquello que te haga productivo; que tenía uno que sembrar sus alimentos para nunca quedarse sin comer; que había que invertir en educación; que si de apretarse el cinturón se trataba había que poner el ejemplo; que si pides prestado que sea solo para comprar cosas productivas con la absoluta seguridad de que vas a poder pagar; que basta con el Amor para celebrar las fechas importantes cuando no se tiene dinero; que si quieres comprar cosas superfluas primero tienes que ahorrar y que de dar limosnas ¡nada!, en todo caso trabajo.
Y la Mamá de nuestro amigo –yo hace 47 años- fue congruente. Viuda a los 27 años a sus cuatro hijos les crió sanos y bien alimentados. Para eso tenía en casa un gallinero y un terreno con naranjos y limoneros donde sembraba yuca, frijol, verduras, melones, lo que pudiera; como no podía darse el lujo de pagar, en su casa, a mediados de los años 60 tenía lavadora de ropa, planchadora, lava vajillas y muchas otras herramientas que le permitían ser más productiva haciendo las cosas ella misma; de ser una Maestra empírica, estudió por las noches hasta obtener su título y dio estudios universitarios a sus cuatro hijos; cuando las épocas difíciles, siempre puso el ejemplo al apretarse primero el cinturón; siempre tuvo crédito pues cuando hubo de pedir prestado, lo hizo para invertir en algún negocito y siempre cubrió sus compromisos.
Sus enseñanzas son sencillas de entender, de un gran sentido común y no pierden vigencia ni con el paso de los años, ni con los avances tecnológicos pues atienden a lo básico. De aplicarse hoy, para gobierno y ciudadanos, México estaría en otro camino.
Y si no lo creen, solo volteen a su alrededor y contesten… ¿Cuánto han comprado a crédito que no necesitan realmente, que hoy tiene a muchos endeudados hasta la coronilla? ¿Ponen el ejemplo cuando es necesario? ¿Hacen lo que podrían ustedes mismos? ¿Cuántas obras que no son indispensables se hacen con dinero prestado, comprometiendo el futuro, dinero que podría ser empleado en otros fines como educación, vivienda, alimentación y salud? ¿Cuánto se dispendia en beneficio de quienes nos gobiernan cuando hay millones que no tienen trabajo para llevar el pan a sus casas? ¿Cuánto dinero se gasta en limosna institucional cuando lo que la gente quiere es trabajo digno?
¿Cuánto? ¿Hasta cuándo?
PD Un día después de concluir este artículo, tuve la oportunidad de escuchar un mensaje de Denise Dresser, que podría sintetizar en aquello que se ha dicho ya muchas veces aplicado a otros contextos: Para que México cambie, primero hemos de cambiar nosotros, los ciudadanos, haciendo lo que ya sabemos que es correcto. Ese día Denise Dresser igualmente preguntó
¿Hasta cuándo?
Con mis mejores deseos,
Enrique Chávez Maranto
Las ideas son por los demás... así que en este espacio encontrarás las ideas que antes no lo eran por quedarse en la intimidad de mis temores. No serán buenas, ni malas, acaso ideas que lo serán por tí.
domingo, 4 de octubre de 2009
1 comentario:
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Felicidades a tu mamá! por criar hijos de valor y con valores.
ResponderBorrarComo siempre me ha gusto tu post Enrique.
Saludos.