Las lecciones aprendidas y escritas en piedra pesan tanto que nos impiden avanzar. Tal vez por eso recuerdo muy pocas de la universidad, dos particularmente.
Recibí la primera en una clase del primer semestre que se impartía en el auditorio de la facultad de ciencias. Ese día el maestro de algebra ocupaba el podio al centro y a sus espaldas, en una gran pantalla, se proyectaba a manera de pizarrón de última tecnología lo que él escribía en filminas transparentes. Impresionante pensé la primera vez que vi el artilugio acostumbrado como estaba al pizarrón, al gis y al imprescindible borrador de los salones de mi provinciana escuela preparatoria.
Su objetivo era demostrar un teorema en lo que ya había empleado buena parte de las dos horas que duraba su clase, más un titipuchal de filminas donde anotaba minuciosamente los pasos de su desarrollo. Al principio intenté seguir el procedimiento pero no me duró mucho el gusto, al cabo de un rato simplemente me perdí, no entendía “ni papa” de lo que estaba escribiendo el susodicho.
Entonces regresé al principio, a la lectura del teorema, después al desarrollo de una demostración que concluí a los pocos minutos en la forma acostumbrada entonces -para indicar ¡Ya acabé!- anotando los clásicos tres puntos que ilustran un triángulo equilátero seguido de las siglas L.Q.Q.D (“Lo Que Queda Demostrado”) Mientras tanto el profesor continuaba consumiendo filminas y el resto de la audiencia guardaba respetuoso silencio pero con cara de aburrimiento y de no entender, como yo al principio, ¡nada!
De súbito me entró la duda… ¿Mi demostración será correcta? Hum… me llevó escasos minutos y media cuartilla, soy alumno del primer semestre… ¡no puede ser que esté bien! Y la revisé una y otra vez, sin encontrar error, hasta que al cabo de un rato el profesor concluyó la suya en la forma acostumbrada, los tres puntitos y las siglas L.Q.Q.D. Poco duró el auditorio en quedar con solo con dos almas en su interior…
Entonces con más miedo que timidez una de las almas (yo) se acercó al podio, donde la otra alma (el maestro) aún permanecía en lo alto acomodando sus cosas en el portafolio. Sin decir nada extendí tembloroso el desarrollo de mi demostración al maestro quien, con cara de curiosidad, la tomó, dejó el portafolio a un lado, la estudió cuidadosamente por minutos que se me parecieron una eternidad y me la entregó de vuelta diciendo: Es sencilla, es elegante, es correcta… y se retiró.
En ese momento mi ego diecisiete añero llegó al techo del recinto y si bien me asombró la respuesta del maestro solo años después comprendí que la suya fue una respuesta de humildad cuando reconoció el trabajo ajeno sin considerar jerarquías, y también, que las soluciones complejas generalmente no son las mejores. Las mejores son sencillas y elegantes.
Tres años más tarde recibí la segunda lección de mí entonces jefe en el Instituto Mexicano del Petróleo, el Ing. Daniel Gutiérrez Gutiérrez (QEPD), a quien acudí en busca de asesoría cuando intentaba infructuosamente resolver un complejo –así lo pensaba- problema para mi trabajo de tesis profesional.
El Ing. Gutiérrez escuchó atentamente mis cuitas y al término me pidió un viejo libro con páginas amarillentas de su biblioteca. Se lo entregué, me lo devolvió abierto en una página que mostraba un diagrama muy sencillo y me despidió diciendo: La solución está ahí, cuando entiendas el diagrama resolverás el problema.
Fue así como comprendí que las soluciones correctas, sencillas y elegantes, dependen de la comprensión real de los problemas. También comprendí que las puedes recibir de quien menos lo esperas, pero requieres humildad para reconocerlas.
A partir de entonces al mirar a mi alrededor, en mi trabajo, en mi ciudad, en mi México pienso en la escasa comprensión de los problemas pues la sencillez y la elegancia en las soluciones…
¡Bien gracias! - brillan por su ausencia.
Con mis mejores deseos,
Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
Twitter @enriquechm
Las ideas son por los demás... así que en este espacio encontrarás las ideas que antes no lo eran por quedarse en la intimidad de mis temores. No serán buenas, ni malas, acaso ideas que lo serán por tí.
domingo, 28 de noviembre de 2010
10 comentarios:
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Muy buena columna, deja mucho que pensar
ResponderBorrarSaludos
Esta ha sido una explicación sencilla y elegante, como sueles hacerlo, Enrique, de la importancia de pensar secillo y elegante.
ResponderBorrarFelicidades,
Juan Carlos Guzmán.
A veces nos complicamos la existencia por situaciones que no son para tanto y que tienen una solución sencilla. Otras veces es nuestro ego el que nos impide encontrar respuestas obvias a nuestros problemas cotidianos.
ResponderBorrarEnrique:
ResponderBorrarefectivamente ese tipo de soluciones en sencillez y elegancia, me funciono cuando estudiaba contabilidad y no entendía nada, solo con una breve y lógica explicación me convertí despues en maestro de contabilidad
saludos y felicidades por tus artuculos
josé Alberto
físico como siempre me da gusto leerlo, su fina y sencilla forma de relatar es muy buena.
ResponderBorrar¡felicidades!
elia*
Me encantó leer su columna, confirma mi pensar sobre resolver los problemas como si fuéramos niños, de una manera tan simple y lógica como sólo ellos saben...
ResponderBorrarSaludos!!
Gloria
Amiguito me encantò, como siempre.
ResponderBorrar"Lo Que Queda Demostrado”
Un abrazo
Excelente +10 por su columna! espero no se moleste si respetuosamente la hurto para publicarla ebn mi blog (con referencias por supuesto)
ResponderBorrarGracias a todos por sus comentarios y contestando a Dorvax, con mucho gusto puedes publicarla en tu blog y/o colocar un vínculo a la dirección de la página principal. ramari.blogspot.com que se actualiza cada semana. Saludos
ResponderBorrarENRIQUE Me hiciste recordar los años en la Facultad y las clases en el auditorio con el Dr Medina de Física General y Iuss (sic?) de Cálculo 1. Un abrazo, excelente artículo.
ResponderBorrarGracias!