¡Cómo añoraba Abdel Salâm aquellos días cuando su madre cocinaba los deliciosos platillos de la región!
En esa época Abdel Salâm era aprendiz del arte de sazonar las berenjenas, los calabacines, el garbanzo, los guisantes, las habas… todo al viejo estilo tan apreciado por los comensales que llegaban cotidianamente, incluso de los pueblos vecinos en los días de fiesta, a degustar las fabulosas viandas.
Un día de triste recuerdo, llegó a esas tierras un joven carismático que adquirió la propiedad donde se ubicaba el restaurante. Ningún argumento pudo cambiar la opinión del nuevo dueño cuando anunció que de ahí en adelante él mismo se haría cargo del restaurante. Para esto ofreció a los comensales aquello que nunca habían saboreado…
Y se hizo cargo. Al poco tiempo sustituyó al personal, Abdel Salâm y su madre incluidos, redujo el menú a un mínimo con la promesa de ampliarlo con mejores platillos que aquellos “del pasado”
Sin embargo el tiempo transcurrió y las promesas nunca se cumplieron. Los comensales, primero entusiasmados por el cambio, poco a poco hicieron evidente su descontento con el menú que si bien en un principio aceptaron entusiasmados, a esas alturas, ya los tenía francamente hartos.
Nada pasó con las quejas. Es más, se impedía el acceso a quien lo hacía y era objeto de represalias pues aquel joven carismático se había hecho del control de cuanto ocurría en la comunidad. Ni esperanzas que el exiguo menú y la calidad mejoraran, ¡Por el contrario cada vez era peor!
Abdel Salâm, el aprendiz, vio en la situación una buena oportunidad. Sabía cocinar, recordaba bien las recetas de antaño, entre los comensales había algunos que habían sido clientes del antiguo restaurant, así que pensó que uno nuevo tendría un éxito rotundo.
Triste su calavera. Abdel Salâm no sabía el tamaño del reto. Cuando acudió a comprar el equipo necesario, los insumos y el mobiliario no encontró quien se arriesgara a ser su proveedor. Solicitó los permisos de la autoridad y le fueron negados sistemáticamente. Dicho de otra manera, la única opción era comer sin chistar y sin quejarse la bazofia que él nuevo dueño del restaurante –y del pueblo- ofrecía.
Y así ocurrió durante muchos años a la par que silenciosamente sentimientos de frustración y resentimiento se acumularon no solo en los comensales, también en la comunidad usuaria de los otros muchos negocios bajo control del “jovencito” aquel.
Sin embargo nadie se atrevía a quejarse públicamente, estaba visto lo que arriesgaba quien lo hacía. De pronto algo cambió. La comunidad salió a las calles, los que antes permanecían callados gritaron su descontento y el resto de la historia la conoces. El “Efecto Túnez” hizo historia.
Se ha especulado mucho sobre las causas y los promotores de los estallidos sociales en medio oriente que imaginan conspiraciones de oscuros intereses. No obstante la explicación es muy sencilla:
El mejor platillo del mundo si es la única entrada del menú al paso del tiempo… ¡Harta! Si las quejas de los comensales no logran mejorar el servicio y además se impide cualquier otra opción, el hartazgo, la desesperanza, la frustración y el resentimiento acumularán una presión explosiva en los obligados y sometidos comensales.
Bastará entonces un minúsculo detonador para provocar el estallido. Antes se requería reunirse personalmente para intercambiar ideas, debatir, coordinarse y eso ponía en riesgo la integridad de los “conspiradores” Hoy se puede lograr lo mismo a través de las redes sociales que aseguran una seguridad mínima pero suficiente para reunir virtualmente a los inconformes y convocar a la sociedad si la explosividad es suficiente.
Eso fue lo que ocurrió.
Con mis mejores deseos,
Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
Twitter @enriquechm
Las ideas son por los demás... así que en este espacio encontrarás las ideas que antes no lo eran por quedarse en la intimidad de mis temores. No serán buenas, ni malas, acaso ideas que lo serán por tí.
domingo, 27 de febrero de 2011
sábado, 19 de febrero de 2011
100 billones
¿Se ha preguntado cuántas células tiene el cuerpo humano?
Si bien es cierto que nadie las ha contado una por una, nuestro cuerpo tiene del orden de cien billones de células, lo que es igual a cien millones de millones de células -un uno seguido de 14 ceros 100,000,000,000,000- Cada una tiene, entre otros componentes, su correspondiente molécula de ADN. Del total mueren y se reemplazan 440 millones, ¡Todos los días!
Y ¿Se ha preguntado cuál es el número de seres humanos que puebla el planeta tierra?
De acuerdo a la estimación de la Oficina del Censo de los Estados Unidos –U.S. Census Bureau- al momento de escribir este artículo, el número de seres humanos huéspedes de este pequeño planeta azul llamado Tierra era de 6,901 millones a los que se agregan más de 200 mil todos los días.
Cifras en verdad muy impresionantes. Aún más –me refiero a las células- cuando organizadas en sistemas, todas cumplen su papel en perfecta sincronía, de manera coordinada y armoniosa. Todas conocen que hacer, todas conocen cuando hacerlo y todas, sin excepción, lo hacen sin chistar.
Pero… ¿Quién creó la partitura? ¿Quién les dijo que hacer y cuando hacerlo? ¿Quién dirige la sinfonía de nuestra vida?
Nadie lo sabe realmente. El corazón por ejemplo, es un órgano musculoso que afirman los entendidos, se auto controla y late a lo largo de la vida de un individuo del orden de 3,000 millones de veces. Lo que es un hecho es que de teorías y explicaciones sobre el funcionamiento del cuerpo humano se han escrito más tratados, más extensos y más complicados que sobre cualquier otro tema en la historia de la humanidad. Nada sencillos, nada elegantes… ¿Será por nuestra ignorancia?
Aunque a muchos parezca lo contrario, a pesar de los miles de laboratorios donde decenas de miles de científicos están dedicados a comprender el funcionamiento de nuestro cuerpo y diseñar medicamentos para resolver los múltiples padecimientos que le aquejan, poco conocemos. Padecimientos que, es bien conocido, nosotros le hemos causado por el estrés, la contaminación, las drogas, el alcohol, el sedentarismo, la comida chatarra, etcétera, etcétera, etcétera…
“E pur si muove” dijo Galileo Galilei. “Y sin embargo esos billones de células funcionan, y si se les trata bien, ¡Lo hacen muy bien!” me dijo el desconocido autor y director de los 100 billones de músicos que interpretan cada una de las 6,900 millones de maravillosas y distintas sinfonías que somos cada uno de nosotros. En misma ocasión cuando pregunté su opinión sobre el futuro de la humanidad brevemente, con su característica humildad contestó…
“Estoy convencido, pronto se darán cuenta del milagro que son y que los milagros no se odian… se aman”
Con mis mejores deseos,
Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
twitter: @enriquechm
Si bien es cierto que nadie las ha contado una por una, nuestro cuerpo tiene del orden de cien billones de células, lo que es igual a cien millones de millones de células -un uno seguido de 14 ceros 100,000,000,000,000- Cada una tiene, entre otros componentes, su correspondiente molécula de ADN. Del total mueren y se reemplazan 440 millones, ¡Todos los días!
Y ¿Se ha preguntado cuál es el número de seres humanos que puebla el planeta tierra?
De acuerdo a la estimación de la Oficina del Censo de los Estados Unidos –U.S. Census Bureau- al momento de escribir este artículo, el número de seres humanos huéspedes de este pequeño planeta azul llamado Tierra era de 6,901 millones a los que se agregan más de 200 mil todos los días.
Cifras en verdad muy impresionantes. Aún más –me refiero a las células- cuando organizadas en sistemas, todas cumplen su papel en perfecta sincronía, de manera coordinada y armoniosa. Todas conocen que hacer, todas conocen cuando hacerlo y todas, sin excepción, lo hacen sin chistar.
Pero… ¿Quién creó la partitura? ¿Quién les dijo que hacer y cuando hacerlo? ¿Quién dirige la sinfonía de nuestra vida?
Nadie lo sabe realmente. El corazón por ejemplo, es un órgano musculoso que afirman los entendidos, se auto controla y late a lo largo de la vida de un individuo del orden de 3,000 millones de veces. Lo que es un hecho es que de teorías y explicaciones sobre el funcionamiento del cuerpo humano se han escrito más tratados, más extensos y más complicados que sobre cualquier otro tema en la historia de la humanidad. Nada sencillos, nada elegantes… ¿Será por nuestra ignorancia?
Aunque a muchos parezca lo contrario, a pesar de los miles de laboratorios donde decenas de miles de científicos están dedicados a comprender el funcionamiento de nuestro cuerpo y diseñar medicamentos para resolver los múltiples padecimientos que le aquejan, poco conocemos. Padecimientos que, es bien conocido, nosotros le hemos causado por el estrés, la contaminación, las drogas, el alcohol, el sedentarismo, la comida chatarra, etcétera, etcétera, etcétera…
“E pur si muove” dijo Galileo Galilei. “Y sin embargo esos billones de células funcionan, y si se les trata bien, ¡Lo hacen muy bien!” me dijo el desconocido autor y director de los 100 billones de músicos que interpretan cada una de las 6,900 millones de maravillosas y distintas sinfonías que somos cada uno de nosotros. En misma ocasión cuando pregunté su opinión sobre el futuro de la humanidad brevemente, con su característica humildad contestó…
“Estoy convencido, pronto se darán cuenta del milagro que son y que los milagros no se odian… se aman”
Con mis mejores deseos,
Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
twitter: @enriquechm
domingo, 13 de febrero de 2011
¡Al Servicio de la Patria!
Cualquier parecido con la realidad no es coincidencia… la siguiente historia está basada en hechos reales.
Corría el año de 1981 cuando conocí a un joven empleado entonces ayudante, del ayudante, del ayudante, del ayudante… de un funcionario conocido mío. El muchacho, recién egresado de la universidad era inteligente, proactivo, colaborador, simpático y muy trabajador, tanto, que le auguraba un futuro promisorio y así fue. En poco tiempo ascendió a ayudante del ayudante, después, a “el ayudante”, y de ahí no pasó mucho antes de ser comisionado a un puesto de mayor responsabilidad en otro centro de trabajo. Fue entonces cuando le perdí la pista.
Años más tarde, en una de las tantas vueltas que da la vida, regresó a la ciudad. Estaba en muy buena posición. Se aplicó a estudiar con empeño y ya no era más “el licenciado”, ahora era “el doctor”. Tampoco era el ayudante de nadie, ahora era todo un funcionario de primer nivel. Realmente me gustó conocer su éxito y más aún cuando, recordando viejas anécdotas en el bar la Guabina, descubrimos amistades comunes.
No obstante poco duró el entusiasmo. Algo había cambiado en él. Insistía en ser llamado “doctor” por sus subordinados, casi de inmediato se escucharon rumores sobre conductas inapropiadas en la oficina y más adelante de supuestos “negocios” al amparo de su posición… Dice el dicho que cuando el río suena, es que agua lleva… y la sentencia se cumplió al pié de la letra con una pequeña adición: al doctor, el torrente arrastró…
Ahora toca narrar un caso diametralmente distinto, el de un funcionario ejemplar. La historia inicia a finales del año de 1993 cuando, no están ustedes para saberlo, ni yo para contarlo pero me encontraba desempleado e inquieto por una llamada telefónica que recibí un sábado por la noche, lo recuerdo bien, para invitarme a una entrevista de trabajo.
Cómo podrán ustedes suponer, acudí puntualmente a la cita donde conocí a mi entrevistador, un hombre tranquilo que de inmediato me infundió confianza. Me explicó que previendo la salida de uno de sus subordinados, buscaba a un reemplazo de la localidad, cosa que me pareció de lo más extraña pues, los fuereños y él lo era, normalmente contratan a fuereños, máxime si el puesto es de buen nivel. Pero he de decirles que finalmente el puesto continuó ocupado y el desempleado… desempleado, aunque para mi fortuna solo por poco tiempo ya que –recuerden que Dios aprieta pero no ahorca- fui contratado en otra área.
Para Pemex-Petroquímica, donde trabajo desde entonces, sus primeros años fueron de una esperanza motivadora que pronto se tornó en desesperanza. Sin embargo en una desesperanza que no le ha impedido enfrentar y superar cotidianamente retos cada vez mayores. Ahí he podido constatar que la empresa y Petróleos Mexicanos se deben a gente que se ha ganado el aprecio, el respeto y sin lugar a dudas el reconocimiento de sus compañeros, sin protagonismos, con humildad, con compromiso, haciendo simplemente lo correcto, cada quien en su trinchera, cada quien en su época y sus circunstancias.
Hace unos cuantas semanas, ante la noticia de que sería la última jornada de trabajo del funcionario ejemplar que me entrevistó hace ya más de 17 años, en un acto inédito, se congregó espontáneamente justo al momento de su salida, una multitud de empleados a ovacionarle y brindar un merecido aplauso de despedida, el más largo que haya yo escuchado.
Don Mario González Petrikowsky salió por la puerta grande, dando gracias a la vida por lo mucho que le ha dado y ante la obligada pregunta ¿Qué vas a hacer ahora con tu tiempo libre? Contestó con sencillez…
¡A vivir!
En contraste, nadie despidió a aquel joven promisorio malamente hecho funcionario. De hecho de él nunca más se supo nada. Huyó por la puerta de atrás cargando en una caja sus títulos, su soberbia y su desvergüenza.
Sirvan estas letras también como un humilde homenaje y reconocimiento a la labor de los muchísimos trabajadores activos y jubilados quienes aún hacen honor al viejo lema de Petróleos Mexicanos: “Al servicio de la Patria”
Particularmente aquellos a quienes he tenido el honor de conocer, a Don Víctor F. Sánchez (QEPD), a Don Rafael Marquet, a Don Jorge Wilburn, al Ing. Walter Friedeberg Merzbach, al Ing. Daniel Gutiérrez Gutiérrez (QEPD) y al Ing. Alfonso Sierra Guerrero entre otros muchos. ¡Mil gracias por sus enseñanzas!
Con mis mejores deseos…
Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
Twitter @enriquechm
Corría el año de 1981 cuando conocí a un joven empleado entonces ayudante, del ayudante, del ayudante, del ayudante… de un funcionario conocido mío. El muchacho, recién egresado de la universidad era inteligente, proactivo, colaborador, simpático y muy trabajador, tanto, que le auguraba un futuro promisorio y así fue. En poco tiempo ascendió a ayudante del ayudante, después, a “el ayudante”, y de ahí no pasó mucho antes de ser comisionado a un puesto de mayor responsabilidad en otro centro de trabajo. Fue entonces cuando le perdí la pista.
Años más tarde, en una de las tantas vueltas que da la vida, regresó a la ciudad. Estaba en muy buena posición. Se aplicó a estudiar con empeño y ya no era más “el licenciado”, ahora era “el doctor”. Tampoco era el ayudante de nadie, ahora era todo un funcionario de primer nivel. Realmente me gustó conocer su éxito y más aún cuando, recordando viejas anécdotas en el bar la Guabina, descubrimos amistades comunes.
No obstante poco duró el entusiasmo. Algo había cambiado en él. Insistía en ser llamado “doctor” por sus subordinados, casi de inmediato se escucharon rumores sobre conductas inapropiadas en la oficina y más adelante de supuestos “negocios” al amparo de su posición… Dice el dicho que cuando el río suena, es que agua lleva… y la sentencia se cumplió al pié de la letra con una pequeña adición: al doctor, el torrente arrastró…
Ahora toca narrar un caso diametralmente distinto, el de un funcionario ejemplar. La historia inicia a finales del año de 1993 cuando, no están ustedes para saberlo, ni yo para contarlo pero me encontraba desempleado e inquieto por una llamada telefónica que recibí un sábado por la noche, lo recuerdo bien, para invitarme a una entrevista de trabajo.
Cómo podrán ustedes suponer, acudí puntualmente a la cita donde conocí a mi entrevistador, un hombre tranquilo que de inmediato me infundió confianza. Me explicó que previendo la salida de uno de sus subordinados, buscaba a un reemplazo de la localidad, cosa que me pareció de lo más extraña pues, los fuereños y él lo era, normalmente contratan a fuereños, máxime si el puesto es de buen nivel. Pero he de decirles que finalmente el puesto continuó ocupado y el desempleado… desempleado, aunque para mi fortuna solo por poco tiempo ya que –recuerden que Dios aprieta pero no ahorca- fui contratado en otra área.
Para Pemex-Petroquímica, donde trabajo desde entonces, sus primeros años fueron de una esperanza motivadora que pronto se tornó en desesperanza. Sin embargo en una desesperanza que no le ha impedido enfrentar y superar cotidianamente retos cada vez mayores. Ahí he podido constatar que la empresa y Petróleos Mexicanos se deben a gente que se ha ganado el aprecio, el respeto y sin lugar a dudas el reconocimiento de sus compañeros, sin protagonismos, con humildad, con compromiso, haciendo simplemente lo correcto, cada quien en su trinchera, cada quien en su época y sus circunstancias.
Hace unos cuantas semanas, ante la noticia de que sería la última jornada de trabajo del funcionario ejemplar que me entrevistó hace ya más de 17 años, en un acto inédito, se congregó espontáneamente justo al momento de su salida, una multitud de empleados a ovacionarle y brindar un merecido aplauso de despedida, el más largo que haya yo escuchado.
Don Mario González Petrikowsky salió por la puerta grande, dando gracias a la vida por lo mucho que le ha dado y ante la obligada pregunta ¿Qué vas a hacer ahora con tu tiempo libre? Contestó con sencillez…
¡A vivir!
En contraste, nadie despidió a aquel joven promisorio malamente hecho funcionario. De hecho de él nunca más se supo nada. Huyó por la puerta de atrás cargando en una caja sus títulos, su soberbia y su desvergüenza.
Sirvan estas letras también como un humilde homenaje y reconocimiento a la labor de los muchísimos trabajadores activos y jubilados quienes aún hacen honor al viejo lema de Petróleos Mexicanos: “Al servicio de la Patria”
Particularmente aquellos a quienes he tenido el honor de conocer, a Don Víctor F. Sánchez (QEPD), a Don Rafael Marquet, a Don Jorge Wilburn, al Ing. Walter Friedeberg Merzbach, al Ing. Daniel Gutiérrez Gutiérrez (QEPD) y al Ing. Alfonso Sierra Guerrero entre otros muchos. ¡Mil gracias por sus enseñanzas!
Con mis mejores deseos…
Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
Twitter @enriquechm
lunes, 7 de febrero de 2011
Por sus obras los conoceréis...
Hace ya más de 25 años, justo en la entrada de un poblado a la orilla de la carretera que une al puerto de Coatzacoalcos, Veracruz, con la ciudad capital del estado de Tabasco, Villahermosa, se inició la construcción de un puente que despertó la curiosidad de muchos pues en el lugar nada se veía que lo justificara ¿Un puente aquí?… ¿para qué? Ingenuamente pensé entonces que formaba parte de algún proyecto de infraestructura aún en desarrollo.
Pero el puente fue concluido, el tiempo transcurrió y con él, creció la duda. ¿Cuál era el propósito del gigante? Meses después, acompañado de un amigo piloto, sobrevolé el área intentando descubrir el para qué había sido construido; buscaba las señales de una vía de ferrocarril, de un canal de riego o de una carretera que estuvieran en proceso de construcción y se dirigiera a él. Sin embargo la búsqueda fue infructuosa. Nada, absolutamente nada encontramos.
Hoy, 25 años después, la antigua carretera que pasa a un lado se convirtió en una autopista, la vecina ciudad de Cárdenas se extendió hasta rodearlo pero en el claro del puente, que ahora forma parte del pasaje urbano, sigue sin existir nada pueda darle sentido. Pero ahí está, corresponde al diseño de un puente, tiene las dimensiones de un puente, podrían circular sobre de él personas y vehículos como en un puente, pero es cualquier cosa menos un puente... pues no salva obstáculo alguno, ni un minúsculo riachuelo, ni una vía de ferrocarril, ni una carretera, ni una barranca...
Es, si acaso, la excepción de la regla que expresa el dicho “si parece pato, camina como pato, se acompaña de patos y hace ¡cua, cua!...entonces es pato” o cualquier otra cosa como el ejemplo de un inconcebible error de planificación, de la negligencia más absurda, del desperdicio de nuestros impuestos, de la corrupción que nos agobia, pero un puente… ¡jamás!
Y como esa construcción, a la que no podemos llamar puente pues sin propósito propio solo existe por el sueño de alguien más, igual existimos muchos que nos vemos vivos, nos comportamos como vivos, nos rodeamos de la vida y hablamos de ella con autoridad pero sin sentirla porque realmente no es la nuestra: es la de alguien más...
-¿Le escuchaste? ¡Inspira confianza! ¡Qué profundidad de conceptos! ¡Cuántas enseñanzas encierran sus palabras! ¡Sigamos sus preceptos! ¡Apoyemos su justa causa!... son las expresiones que al ganar adeptos provocan la risa cínica del truhan escondido tras la máscara de la humildad. Cuántos, estafadores, políticos con hambre atrasada, manipuladores, falsos profetas e hipócritas usan la elocuencia persuasiva y las falsas promesas para engañar y llevar agua a su molino de la fuente inagotable de la ingenuidad y la ignorancia.
¡Nadarás en la riqueza!, ¡Acabaré con los corruptos!, ¡Te quiero mucho!, ¡Eres el elegido hijo mío!, ¡Mi estimado amigo! Dice el estafador con mascara de honrado en busca de dinero, el corrupto en campaña en busca del voto, el hijo cariñoso para satisfacer sus caprichos, el falso pastor en busca del diezmo… Palabras que creemos a pie juntillas por avaricia, resentimiento, ceguera, o por cualquier otra causa menos por Amor. Palabras que suenan encantadoras como la música del Flautista de Hamelin conduciendo a un pueblo a su desgracia.
Así que más nos valdría actuar con prudencia cuando de descartar nuestros sueños por ajenos se trate y preguntarnos ante palabras melosas y cautivadoras si los hechos les dan fundamento y sustento porque la mentira siempre se viste con las ropas de la verdad…
Con mis mejores deseos…
Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
Twitter @enriquechm
Pero el puente fue concluido, el tiempo transcurrió y con él, creció la duda. ¿Cuál era el propósito del gigante? Meses después, acompañado de un amigo piloto, sobrevolé el área intentando descubrir el para qué había sido construido; buscaba las señales de una vía de ferrocarril, de un canal de riego o de una carretera que estuvieran en proceso de construcción y se dirigiera a él. Sin embargo la búsqueda fue infructuosa. Nada, absolutamente nada encontramos.
Hoy, 25 años después, la antigua carretera que pasa a un lado se convirtió en una autopista, la vecina ciudad de Cárdenas se extendió hasta rodearlo pero en el claro del puente, que ahora forma parte del pasaje urbano, sigue sin existir nada pueda darle sentido. Pero ahí está, corresponde al diseño de un puente, tiene las dimensiones de un puente, podrían circular sobre de él personas y vehículos como en un puente, pero es cualquier cosa menos un puente... pues no salva obstáculo alguno, ni un minúsculo riachuelo, ni una vía de ferrocarril, ni una carretera, ni una barranca...
Es, si acaso, la excepción de la regla que expresa el dicho “si parece pato, camina como pato, se acompaña de patos y hace ¡cua, cua!...entonces es pato” o cualquier otra cosa como el ejemplo de un inconcebible error de planificación, de la negligencia más absurda, del desperdicio de nuestros impuestos, de la corrupción que nos agobia, pero un puente… ¡jamás!
Y como esa construcción, a la que no podemos llamar puente pues sin propósito propio solo existe por el sueño de alguien más, igual existimos muchos que nos vemos vivos, nos comportamos como vivos, nos rodeamos de la vida y hablamos de ella con autoridad pero sin sentirla porque realmente no es la nuestra: es la de alguien más...
-¿Le escuchaste? ¡Inspira confianza! ¡Qué profundidad de conceptos! ¡Cuántas enseñanzas encierran sus palabras! ¡Sigamos sus preceptos! ¡Apoyemos su justa causa!... son las expresiones que al ganar adeptos provocan la risa cínica del truhan escondido tras la máscara de la humildad. Cuántos, estafadores, políticos con hambre atrasada, manipuladores, falsos profetas e hipócritas usan la elocuencia persuasiva y las falsas promesas para engañar y llevar agua a su molino de la fuente inagotable de la ingenuidad y la ignorancia.
¡Nadarás en la riqueza!, ¡Acabaré con los corruptos!, ¡Te quiero mucho!, ¡Eres el elegido hijo mío!, ¡Mi estimado amigo! Dice el estafador con mascara de honrado en busca de dinero, el corrupto en campaña en busca del voto, el hijo cariñoso para satisfacer sus caprichos, el falso pastor en busca del diezmo… Palabras que creemos a pie juntillas por avaricia, resentimiento, ceguera, o por cualquier otra causa menos por Amor. Palabras que suenan encantadoras como la música del Flautista de Hamelin conduciendo a un pueblo a su desgracia.
Así que más nos valdría actuar con prudencia cuando de descartar nuestros sueños por ajenos se trate y preguntarnos ante palabras melosas y cautivadoras si los hechos les dan fundamento y sustento porque la mentira siempre se viste con las ropas de la verdad…
Con mis mejores deseos…
Enrique Chávez Maranto
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