Las reflexiones de hoy entremezclan los comentarios que recibí a propósito de mi artículo anterior titulado “Reunión de Gabinete” donde narré las palabras del Presidente de la República a sus secretarios de estado al inicio de una hipotética reunión de trabajo. Agradezco sinceramente y doy el debido crédito a Cinthya, Alfonso, Agustín, Manuel, Guillermo y Juan Fernando quienes seguramente podrán identificar sus comentarios dentro del texto.
El artículo “Reunión de Gabinete” esboza la mística que debería prevalecer en el servicio público para la búsqueda del bien común. Mística que los políticos difícilmente aplican y entienden por lo que a ese artículo debí intitular “Utopía”.
Mística que pudo ser la que guió a Don Benito Juárez a quien el imaginario colectivo concibe como el arquetipo del líder que privilegió el interés de la Patria antes que el suyo propio. Sin embargo esa, la historia escrita por los vencedores, se convierte en instrumento útil para todos los actores. Baste recordar el aniversario del natalicio del Benemérito, cuando uno y otro bando, buscaron apalancarse en su figura para fortalecer su causa.
La consecuencia es que muchos consideran a los políticos como ignorantes, soberbios unos y resentidos otros; carentes de valores, memoria histórica, principios y amor a la comunidad; que se muestra en el comportamiento mentiroso y corrupto que no escucha, que vela solo por su interés, o el de su tribu, para llevar agua a su molino antes que bienestar al pueblo. Hay excepciones que se iluminan solo con la lámpara de Diógenes.
¿Cómo Benito Juárez aprendió los valores que le guiaron? ¿Los mamó en casa? ¿Los adquirió por voluntad propia? ¿Cómo? Es difícil decirlo, pero tengo la convicción de que, así como del contraste de las ideas surgen las opciones válidas; él contraste de las experiencias es propicio para desarrollar la conciencia y fortalecer el carácter de aquellos como el Benemérito. Él vivió grandes contrastes y seguramente aprendió que crear valor para todos, implica exactamente lo mismo para el pastor que para el gobernante: servir a sus ovejas y no servirse de ellas.
La mayoría de quienes hoy detentan el poder, nacieron en pañales de seda y fueron educados muy distantes de la realidad cotidiana del resto de la población; en contraste, muchos de sus opositores crecieron con el lastre del resentimiento y la frustración acumulados a lo largo de muchas generaciones. Ni unos ni otros han tenido grandes contrastes a lo largo de su vida, si acaso el poder coyuntural que corrompe lo que toca cuando no hay una sólida base de valores de por medio.
Valores que se transmitirían de padres a hijos como los eslabones de una cadena que hoy se ve rota. ¿Cuál eslabón se fracturó? ¿Por qué? Si bien es cierto que para la formación en valores la familia es un factor clave; también es cierto que la brecha generacional se ahonda y se expande exponencialmente en razón de un proceso de transculturación acelerado por razón de la tecnología, la competitividad y la globalización, esta última no solo desde la perspectiva del comercio sino también de las ideas.
Así se trastocan los valores, se dan nuevas formas de percibir la realidad y nuevas formas de comunicarse en las generaciones más recientes al extremo de la casi total incomprensión entre “viejos” y los “jóvenes”. Hace unos pocos días una adolescente de escasos 14 años se dirigió a mí, con 55 años, en un “español” que no conozco; sorprendido, lo comenté con mi hijo de 26 años que presenció los hechos y él me respondió lacónico: Papá, así hablan entre ellos.
Muchos estamos cansados de percibir cotidianamente solo cosas que incomodan, lastiman, humillan… que laceran lo más profundo de nuestro ser y urgimos al cambio -que solo podría darse a través de la reconciliación de los que perdieron, de los que ganaron, de los que creen que ganaron, de los que creen que todo fue una farsa- para poder cerrar filas y así, pro activamente, lograr consensos y acuerdos a instrumentar con el verdadero trabajo en equipo de todos los Mexicanos.
Es cierto, el cambio urge, sin embargo el tamaño del reto es mayúsculo pues implica reconciliar a actores políticos con valores, lenguajes y cultura que corresponden a percepciones muy distintas de la realidad, percepciones que si acaso comparten solo la geografía pero no las expectativas, salvo el poder.
¿Significa esto acaso que la lucha está perdida? ¿Qué ya no se puede hacer nada? La respuesta es que sí podemos hacer algo, solo que no esperemos levantar nosotros la cosecha de las semillas que sembremos hoy.
Quienes promovamos el cambio aprenderemos que se puede navegar con el viento en contra; que se puede crear conciencia en uno y en otro lado de la contienda, primero en nuestro entorno más cercano, poco a poco, cada cuál en su trinchera, cada cuál de acuerdo a sus capacidades. Igual aprenderemos a dejar de lado los atavismos que impiden asimilar lo bueno de las nuevas formas.
Quienes promovamos el cambio, entenderemos que no se busca imponer las viejas soluciones, ni asumir liderazgos protagónicos, si no construir puentes de entendimiento alineando voluntades entre quienes hoy se enfrentan para que sean ellos, los dueños del futuro, quienes finalmente elijan lo que mejor corresponda al propósito de nuestra Nación.
¿Recuerdan la imagen del pastorcillo guiando a sus ovejas?
Con mis mejores deseos.
Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
PD: La coyuntura de los “baños” en el malecón felizmente concluyó. Los ciudadanos iniciamos y la autoridad concluyó. Mi reconocimiento a todos los que participaron con poco o con mucho, a quienes entendieron que la confrontación es estéril y que el cambio que buscamos es responsabilidad de todos.
El artículo “Reunión de Gabinete” esboza la mística que debería prevalecer en el servicio público para la búsqueda del bien común. Mística que los políticos difícilmente aplican y entienden por lo que a ese artículo debí intitular “Utopía”.
Mística que pudo ser la que guió a Don Benito Juárez a quien el imaginario colectivo concibe como el arquetipo del líder que privilegió el interés de la Patria antes que el suyo propio. Sin embargo esa, la historia escrita por los vencedores, se convierte en instrumento útil para todos los actores. Baste recordar el aniversario del natalicio del Benemérito, cuando uno y otro bando, buscaron apalancarse en su figura para fortalecer su causa.
La consecuencia es que muchos consideran a los políticos como ignorantes, soberbios unos y resentidos otros; carentes de valores, memoria histórica, principios y amor a la comunidad; que se muestra en el comportamiento mentiroso y corrupto que no escucha, que vela solo por su interés, o el de su tribu, para llevar agua a su molino antes que bienestar al pueblo. Hay excepciones que se iluminan solo con la lámpara de Diógenes.
¿Cómo Benito Juárez aprendió los valores que le guiaron? ¿Los mamó en casa? ¿Los adquirió por voluntad propia? ¿Cómo? Es difícil decirlo, pero tengo la convicción de que, así como del contraste de las ideas surgen las opciones válidas; él contraste de las experiencias es propicio para desarrollar la conciencia y fortalecer el carácter de aquellos como el Benemérito. Él vivió grandes contrastes y seguramente aprendió que crear valor para todos, implica exactamente lo mismo para el pastor que para el gobernante: servir a sus ovejas y no servirse de ellas.
La mayoría de quienes hoy detentan el poder, nacieron en pañales de seda y fueron educados muy distantes de la realidad cotidiana del resto de la población; en contraste, muchos de sus opositores crecieron con el lastre del resentimiento y la frustración acumulados a lo largo de muchas generaciones. Ni unos ni otros han tenido grandes contrastes a lo largo de su vida, si acaso el poder coyuntural que corrompe lo que toca cuando no hay una sólida base de valores de por medio.
Valores que se transmitirían de padres a hijos como los eslabones de una cadena que hoy se ve rota. ¿Cuál eslabón se fracturó? ¿Por qué? Si bien es cierto que para la formación en valores la familia es un factor clave; también es cierto que la brecha generacional se ahonda y se expande exponencialmente en razón de un proceso de transculturación acelerado por razón de la tecnología, la competitividad y la globalización, esta última no solo desde la perspectiva del comercio sino también de las ideas.
Así se trastocan los valores, se dan nuevas formas de percibir la realidad y nuevas formas de comunicarse en las generaciones más recientes al extremo de la casi total incomprensión entre “viejos” y los “jóvenes”. Hace unos pocos días una adolescente de escasos 14 años se dirigió a mí, con 55 años, en un “español” que no conozco; sorprendido, lo comenté con mi hijo de 26 años que presenció los hechos y él me respondió lacónico: Papá, así hablan entre ellos.
Muchos estamos cansados de percibir cotidianamente solo cosas que incomodan, lastiman, humillan… que laceran lo más profundo de nuestro ser y urgimos al cambio -que solo podría darse a través de la reconciliación de los que perdieron, de los que ganaron, de los que creen que ganaron, de los que creen que todo fue una farsa- para poder cerrar filas y así, pro activamente, lograr consensos y acuerdos a instrumentar con el verdadero trabajo en equipo de todos los Mexicanos.
Es cierto, el cambio urge, sin embargo el tamaño del reto es mayúsculo pues implica reconciliar a actores políticos con valores, lenguajes y cultura que corresponden a percepciones muy distintas de la realidad, percepciones que si acaso comparten solo la geografía pero no las expectativas, salvo el poder.
¿Significa esto acaso que la lucha está perdida? ¿Qué ya no se puede hacer nada? La respuesta es que sí podemos hacer algo, solo que no esperemos levantar nosotros la cosecha de las semillas que sembremos hoy.
Quienes promovamos el cambio aprenderemos que se puede navegar con el viento en contra; que se puede crear conciencia en uno y en otro lado de la contienda, primero en nuestro entorno más cercano, poco a poco, cada cuál en su trinchera, cada cuál de acuerdo a sus capacidades. Igual aprenderemos a dejar de lado los atavismos que impiden asimilar lo bueno de las nuevas formas.
Quienes promovamos el cambio, entenderemos que no se busca imponer las viejas soluciones, ni asumir liderazgos protagónicos, si no construir puentes de entendimiento alineando voluntades entre quienes hoy se enfrentan para que sean ellos, los dueños del futuro, quienes finalmente elijan lo que mejor corresponda al propósito de nuestra Nación.
¿Recuerdan la imagen del pastorcillo guiando a sus ovejas?
Con mis mejores deseos.
Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
PD: La coyuntura de los “baños” en el malecón felizmente concluyó. Los ciudadanos iniciamos y la autoridad concluyó. Mi reconocimiento a todos los que participaron con poco o con mucho, a quienes entendieron que la confrontación es estéril y que el cambio que buscamos es responsabilidad de todos.