En la batalla por la supervivencia, sin el menor escrúpulo, las potencias han sometido a los países menos desarrollados a un control político, militar y económico con el fin de obtener los recursos que necesitan para mantener un estilo vida tecnológicamente sofisticado pero ilegítimo por la depredación, la inequidad, el sufrimiento, el hambre y los impactos que de todo tipo causan al planeta y a los pueblos que sojuzgan; y lo hacen promoviendo modelos económicos y de democracia a modo en los que subyace el interés por mantener su hegemonía.
Eso ha conducido a un profundo resentimiento y a todo tipo de movimientos sociales hasta los extremos del terrorismo que al final, ya no busca solo la reivindicación de sus causas y la reparación del daño, si no la destrucción total de su enemigo. El espacio vital se ha reducido y solo hay lugar para uno de los contendientes aun cuando este superviva en un mundo devastado.
En la contienda todo se vale; unos desarrollan la industria de la guerra y combaten con la sofisticación de la tecnología aplicando la fuerza bruta, que no hace distingos entre civiles y combatientes, con ejércitos que rápidamente se desplazan a cualquier lugar del planeta. Los otros utilizan el terror y las drogas como armas que minan la moral y poco a poco, las fuerzas y competencias del enemigo.
Tal es el trasfondo de la guerra contra el narcotráfico; no es un asunto de oferta – demanda como nos lo han querido hacer ver; es la guerra por la supervivencia de las hegemonías en contra del resentimiento que ellas mismas han provocado.
El narcotráfico genera increíbles flujos de efectivo que enriquecen a los cárteles de la droga, pero que también les sirven para comprar la protección de los movimientos guerrilleros y terroristas del mundo como las FARC quienes por este medio se financian.
El daño colateral es la corrupción, la inseguridad en nuestras ciudades, la muerte de nuestros policías, soldados y juventud en una lucha que no podemos ganar, que difícilmente nadie podrá ganar salvo, si por un milagro, entendemos que no tiene caso pelear batallas en las que no habrá triunfadores, que debemos abandonarlas y sumar voluntades para resolver los problemas de la inequidad, el sufrimiento, el hambre y la depredación que estamos causando a nuestro planeta y a la humanidad.
El hecho de que jóvenes mexicanos hayan muerto en la operación de exterminio que realizó Colombia en el santuario de las FARC en Ecuador, debería ser motivo de la más alta preocupación para todos en el país y definitivamente no minimizarse pues difícilmente podría considerarse su presencia en el campamento de las FARC como una suerte de turismo académico por demás sui géneris.
Los jóvenes que murieron ahí, con toda seguridad, forman parte de aquellos a quienes su resentimiento, justificado o no, les ha llevado a la convicción de que el único camino es el enfrentamiento y la lucha armada. Y estimados lectores, los muertos son mexicanos y seguramente no son los primeros ni serán los últimos.
Escuché decir que deberían haber matado también a la joven superviviente Lucía Andrea Morett Álvarez por terrorista y reflexioné para mis adentros, que tanto mata la pobreza que provocan la inequidad y la injusticia, como las bombas de los terroristas.
Todo es cuestión del tiempo que se tarda en morir.
Con mis mejores deseos,
Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
Eso ha conducido a un profundo resentimiento y a todo tipo de movimientos sociales hasta los extremos del terrorismo que al final, ya no busca solo la reivindicación de sus causas y la reparación del daño, si no la destrucción total de su enemigo. El espacio vital se ha reducido y solo hay lugar para uno de los contendientes aun cuando este superviva en un mundo devastado.
En la contienda todo se vale; unos desarrollan la industria de la guerra y combaten con la sofisticación de la tecnología aplicando la fuerza bruta, que no hace distingos entre civiles y combatientes, con ejércitos que rápidamente se desplazan a cualquier lugar del planeta. Los otros utilizan el terror y las drogas como armas que minan la moral y poco a poco, las fuerzas y competencias del enemigo.
Tal es el trasfondo de la guerra contra el narcotráfico; no es un asunto de oferta – demanda como nos lo han querido hacer ver; es la guerra por la supervivencia de las hegemonías en contra del resentimiento que ellas mismas han provocado.
El narcotráfico genera increíbles flujos de efectivo que enriquecen a los cárteles de la droga, pero que también les sirven para comprar la protección de los movimientos guerrilleros y terroristas del mundo como las FARC quienes por este medio se financian.
El daño colateral es la corrupción, la inseguridad en nuestras ciudades, la muerte de nuestros policías, soldados y juventud en una lucha que no podemos ganar, que difícilmente nadie podrá ganar salvo, si por un milagro, entendemos que no tiene caso pelear batallas en las que no habrá triunfadores, que debemos abandonarlas y sumar voluntades para resolver los problemas de la inequidad, el sufrimiento, el hambre y la depredación que estamos causando a nuestro planeta y a la humanidad.
El hecho de que jóvenes mexicanos hayan muerto en la operación de exterminio que realizó Colombia en el santuario de las FARC en Ecuador, debería ser motivo de la más alta preocupación para todos en el país y definitivamente no minimizarse pues difícilmente podría considerarse su presencia en el campamento de las FARC como una suerte de turismo académico por demás sui géneris.
Los jóvenes que murieron ahí, con toda seguridad, forman parte de aquellos a quienes su resentimiento, justificado o no, les ha llevado a la convicción de que el único camino es el enfrentamiento y la lucha armada. Y estimados lectores, los muertos son mexicanos y seguramente no son los primeros ni serán los últimos.
Escuché decir que deberían haber matado también a la joven superviviente Lucía Andrea Morett Álvarez por terrorista y reflexioné para mis adentros, que tanto mata la pobreza que provocan la inequidad y la injusticia, como las bombas de los terroristas.
Todo es cuestión del tiempo que se tarda en morir.
Con mis mejores deseos,
Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
Estimado Enrique, con respecto a tu comentario sobre los estudiantes mexicanos muertos en el campamento de las FARC, te recomiendo el artículo de Luis Eduado Hernández Navarro en la Jornada del 11 de marzo, te anexo la dirección:
ResponderBorrarhttp://www.jornada.unam.mx/2008/03/11/index.php?section=opinion&article=020a1pol
Leí varios artículos de tu blog, Felicidades y espero que entres al mío (http://modestoh.bitacoras.com), por cierto, en crónicas modestianas, hablamos del mismo tema aunque con matices diferentes.
Un abrazo
ATTE Modesto Herrera