Aún sin desearlo, los jefes de estado se han convertido en personeros de intereses que trascienden las consideraciones estrictamente de la geopolítica. Con un rostro siempre a propósito de la coyuntura del negocio en curso, esos intereses han sido los beneficiarios del doble papel que han impuesto al ciudadano: 1) Fuerza laboral en los procesos de producción y 2) Ego-consumidor generador de utilidades en los procesos diseñados para concentrar la riqueza en unas cuantas manos.
El desequilibrio entre esos dos procesos desencadenó la crisis global iniciada en los Estados Unidos. Para enfrentarla, motivados por el temor al colapso total, los causantes principales procuran que el paciente, casi cadáver, se recupere para regresar a la zona de confort que les ha privilegiado. Para esto claman por el dinero de los contribuyentes para continuar operando empresas que por diseño no pueden ser sustentables.
Otros, los menos, piensan que se debe aprovechar la propia crisis para conducir, ya no digamos al mundo por los intereses que están en juego, si no conducir a regiones fuertemente vinculadas a una solución más equitativa apoyados en quienes pudieron cuestionar en los hechos al sistema y colocarlo en la sala de terapia intensiva. Me refiero a los ciudadanos que dejaron de ejercer su poder de compra ante las evidencias de corrupción y avaricia de los agentes e intermediarios financieros, bancos, etc. empezando por las hipotecarias.
Los presidentes de Estados Unidos y México están por reunirse en circunstancias que podrían dar lugar a una alianza regional si aprovechan la crisis como palanca de un nuevo orden. Barack Hussein Obama tiene en sus manos un país con focos rojos en todos los temas: energía, terrorismo, narcotráfico, ambiente, guerra, finanzas, economía, liderazgo mundial, confianza de los consumidores y un conjunto de “aliados” que hoy buscan supervivir a costa de lo que sea, Estados Unidos incluido. Felipe Calderón Hinojosa tiene en sus manos a un país dividido políticamente, con pobreza extrema, inseguro por el narcotráfico, la corrupción y la inequidad sumados a los graves problemas económicos, ambientales y energéticos.
Reconociendo lo anterior, dejando de lado los paradigmas que ya no operan en uno y otro país, podrían los presidentes Barack Obama y Felipe Calderón sentar las bases de una verdadera integración regional. Los dos países se necesitan. México, ni los Estados Unidos pueden soslayar que comparten raíces, frontera y problemas que solo unidos pueden resolver. México no puede simplemente voltear la vista hacia los que esperan minar el poderío económico de los Estados Unidos para repartirse los restos; ni los Estados Unidos pueden olvidar que un México fuerte, consolidado que brinde bienestar a su población, es la mejor garantía para su seguridad interna y energética.
Solo unidos México y los Estados Unidos tienen la oportunidad de salir fortalecidos de la crisis. Leí a un autor que decía no esperar nada de la visita del presidente Barack Obama. Yo en cambio espero mucho, sinceramente prefiero pecar de optimista.
Con mis mejores deseos…
Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
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