-No, no veo como las cosas vayan a
cambiar. Dígame ¿Qué hará él distinto de los otros? ¿Recuerda a Cipriano? Aquel
que por andar de coscolino y seguir a una muchacha me dejó a media calle y por
poco me atropella un coche… ¿Y al tal Ruperto? que me traía desgastando mi
bastón buscando el nombre de una calle hasta que me di cuenta que el muy burro
no sabía leer…
-Todos son iguales, me conducen por
donde se les pega la gana, después de pasar charcos e inmundicias mis zapatos
apestan a todo lo que pueda imaginar; me arrastran en medio de multitudes y
termino lleno de moretones que no veo, pero sí siento; se aprovechan de mi
ceguera para robar todo lo que pueden. Y cuando reclamo dicen que merecen eso y
más, porque sin ellos no sabría como llegar ni a la esquina de mi casa… No, la
verdad no veo como pueda confiar en esa runfla que se hacen llamar lazarillos.
Yo ciego y ellos descuidados, irresponsables… ¡pillos buenos para enriquecerse
a mis costillas!
-Entiendo, perdida la confianza, ¿Cómo
dejarse conducir? Pero ahora será distinto. Su nuevo lazarillo ha estudiado, no
le robará, estará satisfecho si le da casa, comida y cuida de él en la
enfermedad. ¡Créame amigo ciego! Será el compañero que tanto necesita:
discreto, fiel y dispuesto a dar su vida por la suya.
-¿Está seguro que no me engañará, ni
me robará, ni me meterá en charcos, ni hará que pise inmundicias y que tampoco
me abandonará a mi suerte cuando más lo necesito?
-Así será, podrá confiar plenamente en
él, pero no le resolverá la vida. Si lo acepta, su nuevo Lazarillo, sólo le
prevendrá de los peligros cuando camine por las calles pero quien tendrá que
saber a dónde quiere ir, y cómo, será usted… Tendrá entonces que esforzarse en
comunicarse con él como nunca lo ha hecho con los otros lazarillos, pues tome
en cuenta que no habla: ladra…
La moraleja de cuento anterior es que
el éxito del ciego y el lazarillo dependen de la confianza mutua, de la
corresponsabilidad, de la comunicación y de un cambio de actitud respecto al
tema del liderazgo pues, si bien es cierto que es al ciego a quien le
corresponde, en los hechos lo ejercieron los lazarillos haciendo lo que les
vino en gana con todas las consecuencias negativas que se acumularon a lo largo
de los años en el hígado del ciego.
Por su parte para el ciego es
indispensable recuperar el liderazgo perdido y establecer una posición de
confianza desde la cual pueda construir un nuevo pacto con el lazarillo que
respete las pautas arriba mencionadas. Sin ellas caerían nuevamente en el
círculo vicioso en el que todos pierden. Los dos, ciego y lazarillo, deben
dejar de ver la vida en blanco y negro, buenos contra malos, pues viéndola así,
aun cuando ganen, pierden. Lo anterior aplica en cualquier tipo de
organización.
En el caso México, hasta hoy los
lazarillos no han respetado su papel sirviendo a los “ciegos”, por el
contrario, se han servido de ellos. Por eso necesitamos realizar un acto de
voluntad que el día de las elecciones transforme a México. Parece un sueño
imposible, pero… ¿Podemos imaginar el impacto que tendría en los partidos
políticos si todos, absolutamente todos, los mexicanos acudiéramos a las urnas?
México sería otro al día siguiente.
Reciban un afectuoso abrazo,
Enrique
Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
twitter.com/enriquechm
Muy buena alegoría Enrique. Es un placer leerte.
ResponderBorrarSaludos y Gracias
Gracias Modesto.
BorrarNo estoy seguro que con solo votar baste. ¿Qué pasa si solo podemos elegir entre un copete vacío, una señora desdibujada o un amoroso redentor?
ResponderBorrarSi se trata de elegir entre tres males, no hay voto bueno.
Lamentablemente aun con solo un voto -no de diferencia ¡un solo voto! un candidato puede ganar la elección. Así que el hecho es que uno de los cuatro ganará. Y ante eso lo único que podemos hacer es decidir nuestra actitud. En lo que a mi toca votare pues de otra forma otros tomarán la decisión por mi y así estaré contribuyendo a que no gane el más malo. Antes el 20% de votos nulos podría anular una casilla, ahora no.
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