Breve historia de un viaje en taxi.
El sonido de un despertador, 06:30 de la mañana, un día más en la ciudad de México con la maravillosa vista de una interminable fila de autos cruzado a la altura de la ventana de mi habitación en el segundo piso de un hotel en Tlalnepantla.
Una hora después, desayunando, el televisor muestra las imágenes de un hombre arrastrado por la policía por su enfrentamiento con un grupo de manifestantes que le obstruían el paso.
Ira, odio, violencia, frustración, gritos de desesperación e insulto; resentimiento puro vertiéndose en el arroyo de nuestro devenir.
08:30 hrs, a bordo de un taxi que se incorpora, entre mentadas por la vía del claxonazo… lentamente, diría yo muy lentamente, a la circulación de la avenida que iluminó mi despertar.
Don Arturo, el taxista; hombre menudo, delgado, de bigote fino y pulso firme, reflejos y mirada vieja, conduce por el apretado, ¡apretadísimo! tráfico aprovechando cualquier resquicio para adelantar el paso a otros que como él acumularán hoy unas horas más a las miles perdidas en el caos de la ciudad.
20 minutos después los temas eran “locos” Obrador y el “maldito” PRI, el gobierno del “cambio” del PAN y finalmente la prisa desbocada y la hacinación…
- “M’hija, vayámonos a la provincia…” decía Dn. Arturo a su esposa;
- “Pero si los hijos están aquí y el tiempo ya se nos fue…” le contestaba.
- ¿Cuándo llegaremos? Inevitablemente pregunto lo que Dn. Arturo lo que mil veces contestó antes…
-No, no lo sé joven, sin tráfico 10 minutos.
¿Qué la esperanza de vida se incrementó? ¿Para disfrutarla en qué?
Si como dijo Don Arturo, una hora después, ya tenemos un reloj en lugar de corazón…
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