domingo, 8 de abril de 2007

Adán y Eva

Déjenme y les cuento algo, de lo que fui testigo, por lo cuál nuestro maravilloso planeta se liberó de una especie que lo consumía…

Después de un cataclismo, tras vivir muchos meses en la más absoluta soledad, los dos únicos supervivientes de la raza humana se encontraron en una maravillosa estancia que les proveía de todo cuanto necesitaban.

La alegría del encuentro fue inmensa, y el abrazo que los fundió les condujo por momentos al éxtasis de la esperanza… No estaban solos, había alguien más que rescataba con su sola presencia la humanidad que creían perdida.

Ellos se llamaban Adán y Eva, arquetipos de lo que, muy a mi pesar, pensaba en ese momento podría ser el renacimiento de su raza, pero afortunadamente… ¡Me equivoqué!

Pasado la emoción y el entusiasmo inicial, Eva buscó extender su abrazo hasta la satisfacción de una sexualidad insatisfecha en largos meses de soledad, solo para despertar abruptamente de su iniciativa por el vigoroso rechazo de un Adán, que resistiéndose a ceder, le confesaba ser el último de los llamados “Gay’s”

¿Gay? No hubo nadie le pudiera decir que de su departamento en Manhatan no quedaban sino escombros, que Vail no tenía nieve ni para un barquillo y que su hermoso Ferrari solo era un trasto inútil abandonado como tantos más sin una gota de combustible…

Triste fue el llanto de Eva cuando comprendió la irónica jugada que el destino le había deparado; bella e inteligente, asediada en otros tiempos en los que desdeñaba a los mejores partidos para entregar caprichosamente sus placeres a quien menos lo esperaba… hoy tendría que suplicar por la caricia a quien sus atributos no importaban un comino.

De la frustración y la desesperanza pasaron al enojo y a la furia que violentamente desbordada, acercó sus cuerpos a tal punto que sin pensarlo, hizo surgir un deseo en Adán que avasalló sus prejuicios ante el estupor de una Eva, que solo atinó a rendirse ante el deseo tanto tiempo insatisfecho.

El tiempo transcurrió y de la repulsa inicial, Adán pasó al cotidiano placer compartido por Eva su ahora amantísima compañera… y les he de decir que mi preocupación creció cuando comprendí que se haría realidad lo inevitable... un buen día ocurrió que Eva, sumida en la angustia y en el llanto, confesó a Adán, rechazando entre sollozos, su incipiente embarazo…

Para fortuna nuestra, hijos míos, Adán la abrazó y con suma ternura le susurró al oído, no te preocupes alma mía… aun puedes abortar…

Y de entonces a ahora, el maravilloso planeta Tierra, es nuestro.

Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com

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