Se dice fácil… 700,000 mil damnificados… ¡Un millón! ¡Impensable!
Lamentablemente la realidad se rebela cruda, implacable, inmisericorde para los tabasqueños a escasos doscientos kilómetros de mi ciudad.
Hace unos días, la tragedia parecía lejana sin embargo está aquí a la vuelta de la esquina. Ya no es la imagen televisiva que por más dramática que sea podrá igualar al olor vivo de la tragedia y a los rostros pintados de angustia de los niños, de las familias separadas, de los ancianos, de aquellos que llegaron unos enfermos, otros descalzos, que hoy duermen al cobijo de la solidaridad enfrentando la incertidumbre de quienes lo han perdido todo.
El viernes por la mañana, al tiempo que recibía donativos por el celular, los carritos del súper se llenaban con víveres, medicamentos, chanclitas, ropa, artículos de aseo… que solo fueron una modesta muestra de lo que vino después. Gente de muy diversa condición económica, de todas las edades, acudieron a los albergues con un paquetito de fideos, una frazada ó todo un camión repleto de víveres para apoyar a los que solo conocen por su desgracia.
Pedrito el orgulloso niño encargado de organizar las latas de atún; Doña Juana cuya edad se contradice con la energía que despliega al clasificar la ropa; trabajan como tantos otros voluntarios -médicos, enfermeras, jóvenes, amas de casa- incansables para mantener los servicios de los muchos albergues dispersos por la ciudad, casa obligada de miles de visitantes por fuerza de la adversidad.
Finalmente queda la imagen del Payaso buscando limpiar con el paño de su buen humor la cara de tristeza de los pequeños en la que tal vez ha sido su mejor función...
Y Tú, estimado lector, ¿Ya cooperaste?
Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
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