Uno. Un día caluroso, como la mayoría
en esa ciudad, caminaba yo a pleno sol respirando un aire caliente y húmedo que
no agotaba el ánimo de hacer turismo... de pronto, el estrépito. Un auto
brincando el arriate central de la avenida se detiene en la cochera de una casa
con un fuerte enfrenón y tras de él otro, del que un grupo de hombres
fuertemente armados desciende rápidamente.
Escuché de inmediato el estampido de
disparos, gritos e improperios. Al instante, cuando pude darme cuenta que
estaba ubicado en la línea de fuego, el golpe de la adrenalina no se hizo
esperar y me impulsó a arrastrarme sobre el césped buscando un lugar donde
parapetarme. Transcurrieron así interminables segundos o quizá minutos hasta
que sonó el último disparo seguido de un pesado silencio que fue interrumpido
por un grito desgarrador: el de la madre de quien murió defendiendo su vida con
el arma en la mano...
Dos. El llanto de un recién nacido
temporalmente sustituye con la dulzura, la tristeza en la mirada de sus padres.
Una joven pareja que ya heredó a su primogénito la condena de una larga agonía
a causa de los peores estigmas de la humanidad: el hambre y la enfermedad. El
nombre del lugar no importa, puede ser cualquiera de los pueblos marginados que
hay en todos los continentes, en todos los países del mundo.
Tres, Los anteriores son ejemplos de
distintas formas de violencia que difieren solo en el tiempo que tarda en morir la víctima.
En unas, el pánico, la adrenalina y la
muerte súbita por el accionar del arma letal de un criminal; en otras, la
desesperanza y el sufrimiento extendido hasta la muerte por la sumisión, la
ignorancia y la explotación de los pueblos; en todas, por la avaricia; o tal
vez lo que es peor, por la indiferencia de quienes pudiendo ayudar, preferimos
el aislamiento de nuestra zona de confort en tanto crecen los millones de
víctimas en pueblos sometidos a la ignominia del subdesarrollo para financiar
el bienestar de unos cuantos.
“Ama a tu prójimo como a ti mismo” nos
instruye un mandamiento que de aplicarse cambiaría el destino de la humanidad.
Un mandamiento que implica respetar el milagro que somos sin distinción de
raza, geografía, religión, creencias ni cultura. Porque eso somos, un milagro.
Hagamos conciencia de que desde el momento de nuestro nacimiento, ¡100 billones de células! desarrolladas a partir de ¡un único cigoto!, trabajan armónica y
coordinadamente con el único propósito de obsequiarnos la oportunidad de crear,
sentir, experimentar y trascender nuestra vida ¿No es eso, acaso un milagro? Lo
es, pero la gran mayoría de nuestra civilización lo ha olvidado y no respeta ni
ama, pero en cambio si explota a su prójimo y a la naturaleza llevando al mundo
a los extremos que se viven hoy como resultado de la sinrazón.
Para solucionarlo, nuestro gran reto
es aprender a respetar, sin juicios de por medio, lo que verdaderamente somos
todos cada uno de nosotros. Lo que se puede lograr comprendiendo que la
diversidad de expresiones y formas de vida no tienen porqué ser menos, más
valiosas o ilegitimas respecto de la nuestra, pues tan milagro somos como lo
son ellos, aun cuando portemos mascaras distintas.
Y cuando la tarea nos parezca
imposible, para seguir en la lucha, que nos motive recordar que cada tres segundos, se extingue en el mundo, pudiendo evitarse, el milagro de la vida de
una persona tan solo por causa del hambre. 120 víctimas más aproximadamente
desde que inició la lectura de esta reflexión.
Reciban un afectuoso abrazo,
Enrique
Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
twitter.com/enriquechm