
La historia inició un día del mes de abril de este 2010 cuando sentado en el jardín disfrutaba de un atardecer que, al escuchar de labios de mi amigo y doctor de cabecera la mala noticia, se tornó súbitamente en noche oscura…
Alguna vez pregunté ¿Cómo podrá el rico disfrutar de su riqueza si nunca ha sido pobre? pensando en aquellos que la cigüeña, instrumento eventual de la fortuna, deposita en pañales de seda donde crecen sin carencias, en la abundancia. Entonces no pensé que esa pregunta también expresaría la metáfora de la vida de muchos de nosotros. A la pregunta respondí que difícilmente los afortunados podrían apreciar realmente su riqueza; al menos no como aquellos que la han construido, “desde abajo”, con el sudor de su frente.
En esa época me jactaba de gozar excelente salud sin conocer lo que significaba realmente “salud”. Solo semanas después de mi 57 aniversario la frase que escuché por el auricular del teléfono celular “…el resultado de los análisis fue positivo. Necesitamos hablar cuanto antes…” me sumió en la pobreza.
Ese día que, como dije el atardecer se tornó en una noche oscura, inicié el camino que hoy me hace reconocer que nunca disfruté de mi riqueza pues sólo hasta que viví la pobreza de mi enfermedad, pude aquilatar las gemas preciosas que hay en el cofre del tesoro de mi vida.
Por un corto trecho caminé solo, acechado por el temor y la incertidumbre hasta que el amor incondicional de mi familia y las palabras de aliento de mis cercanos me permitieron entender que la vida misma, siempre generosa, me impartía clases gratuitas en un curso apresurado donde ya no hubo más teoría solamente quedaba la práctica.
Y así en este último año he aprendido que sentir es vivir; que la tarea es construir nuestro sueño y actuar; que las soluciones correctas son sencillas, elegantes, y las podemos recibir de quien menos esperamos si hay humildad para reconocerlas; que la verdad, nuestra verdad, permanecerá sólo el tiempo justo para concedernos un breve descanso antes de continuar el camino para alcanzar nuevas alturas; que esa nuestra verdad, no es la Verdad pues cada quien tiene derecho a construir la propia; que el amar y el respetar es aceptar sin condiciones, sin juicios; que cuando hay auténtica aceptación la tolerancia sobra y no existe lugar para el ego; que hay que estar dispuestos aceptar los regalos que la vida cotidianamente nos ofrece para alcanzar la felicidad, la salud y el bienestar porque todos somos dignos…
Con esas y otras lecciones aprendidas llegué el miércoles pasado al laboratorio a realizar uno más de mis periódicos análisis clínicos. Fue entonces cuando expresé a mi buena amiga, la química a cargo, la frase que inició esta historia Créeme, te lo aseguro, uno de los dos se sorprenderá…con los resultados.
Así fue, por la tarde al acudir a recogerlos, su franca e iluminada sonrisa, confirmó lo que yo ya sabía. Me dijo entusiasmada que no lo podía creer, al tiempo que me entregó un maravilloso regalo de Navidad: los resultados de mis análisis mostrando una sorprendente mejoría.
Les confirmo, la obra de teatro continuará aún muchos años en cartelera. Hasta que el productor decida, no porque el actor principal, que soy yo, renuncie.
Con mis mejores deseos,
Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
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